Dios, como el alfarero, haciendo un jarro nuevo desde los fragmentos
Experiencia de Dios de Juan

El sábado es día de visita en la cárcel de mujeres, y fui a visitar a María que cumple su condena por venta de estupefacientes. Es su primera vez en la cárcel. Es madre de cuatro niños. Tuvo problemas de adicción con pasta base, y estamos tratando de vivir la pérdida de libertad como una oportunidad para repensar y concretar una nueva vida para ella y sus hijos. Recibe poca visita ya que su familia es muy pobre. Para viajar hasta el Penal, desde donde ellos viven, tienen que gastar en cuatro ómnibus. A veces este viaje no es posible, porque ese dinero sirve para cubrir necesidades básicas de sus hijos.

Pero este sábado cuando llegué, María tenía visita. Estaba su hermano Juan y su sobrino, hijo de otra hermana de 17 años. María preparó un mate para agasajarnos y comenzó una charla amena y fluida. Por el tenor de la historia de vida y experiencia de Dios que tenía para trasmitirnos, quien prontamente se apoderó del momento fue Juan. Él empezó a relatarnos su historia, que tengo la necesidad de escribir porque merece ser contada y compartida.

Siendo adolescente no le importaba nada de la vida. Pensaba que era pasar el tiempo divertirse y más nada. Su falta de seriedad y compromiso lo llevaron a caminos oscuros, adicciones de todo tipo, tabaco, alcohol y drogas. No tenía hábitos de trabajo y de estudiar ni hablar, por lo que, para adquirir sus vicios empezó a robar. Finalmente consiguió un arma y cometió rapiñas por lo que cayó preso con veinte años. Estuvo cinco años recluido en el Penal de Libertad.

A los pocos días ingresar a la cárcel se da cuenta del error cometido, y entre sus reflexiones entendió que: “el único culpable de que estuviera allí era yo mismo, nadie más tenía la culpa. Yo no creía en Dios. A Él no lo podía culpar, y hoy que creo en Él menos pienso que haya sido culpable. Ni nadie de mi entorno”. Categóricamente nos dijo: “Cada uno es responsable de todo lo que dice y hace siempre, porque Dios nos dio la libertad para que nos manejemos en la vida como nos pinte, por lo tanto, si estaba allí el único responsable de la situación era yo”.

Y así nos siguió contando su historia…

Como a los seis meses de estar recluido, una tarde de verano, llega mi madre cargada de bolsos con comida para mí a la visita. Un calor insoportable, y ella muerta de cansada. Entonces me dije: ¿qué estás haciendo? Si tú, Juan, eres el único responsable de lo que te pasa: ¿cómo permites tan cruel castigo para tu madre? ¿No tiene suficiente con criar los hijos de mis hermanos que por andar en las mismas que yo terminaron muertos o presos, para que todavía tenga que sufrir y pasar sacrificios por mí? No puedes permitir esto. Acá estás para aprender y este castigo debe ser sólo tuyo. Sin que ella se enterara, esa misma tarde tomé la decisión que sería su última visita. Como si le decía no me haría caso, a los días la llamé y le dije: Mamá, me mandé una cagada. Estoy sancionado por seis meses. No me permiten visitas. Que no venga nadie. Cerca del plazo, volví a mentir y a simular otras sanciones para que nadie viniera. Fue así que me las arreglé con lo que la cárcel me daba, nada más.

Mis mejores consejeros fueron los presos más veteranos, que tenían años de reclusión Me decían: nosotros perdimos la vida acá. Vos sos joven. No cometas el mismo error de perder tu vida. Porque los más jóvenes han perdido códigos y se toman a risa estar acá. Todo les da igual, y ya piensan en qué otra se van a mandar cuando vuelvan a la calle.

Yo tenía la certeza de que allí no quería regresar nunca más. Sabía que era el mayor desafío de mi vida, porque si antes -sin antecedentes- era difícil, ahora -con antecedentes- sería más bravo, porque afuera no te dan trabajo. Tenía que pensar una forma de trabajar dignamente por mi cuenta para no volver a caer. Con esa meta pedía trabajo para hacer cualquier comisión en la cárcel y tener todo el tiempo ocupado.

Pero el tiempo pasaba y nadie iba. No tenía sentencia. No me visitaba abogada, ni asistente social, ni psicóloga. Nada. Hasta que un día, después de cinco años de reclusión, me quebré. Solo y desesperado en mi celda, caí de rodillas y tuve mi primer diálogo con Dios. Entre lágrimas y gritos, postrado, lo reté y le dije: Yo no creo que existas pero si existís, y decís que acompañás al que más sufre, dame una señal. No quiero seguir más aquí. No sé cuándo va a terminar esto. ¡Haz algo! Y estando así, escucho una voz que me dice: ¿Qué pasa Juan? Miro hacia la puerta, y era uno de los directores del presidio, que no sé por qué pasaba por allí. Con el tiempo, por todo lo que sucedió, supe que fue Dios que me lo envío en ese preciso momento. Mi súplica no se hizo esperar. Dios se manifiesta a través de personas que conviven a diario con nosotros. A veces, apenas lo percibimos. Otras, como en este caso, su presencia fue indudable.

Le conté al director que estaba desesperado, que hacía cinco años que estaba allí, y nunca me había venido a ver un abogado; no tenía ni idea en qué estaba mi causa, si tenía sentencia de cuánto era; nada de nada. Él se comprometió a hacer algo, y lo hizo. Al otro día me visitó una abogada. Vio mi foja y mi conducta era intachable, por lo que, en 48 horas, ya no estaba más en el Penal. Me trasladaron al COMCAR, que es mucho mejor. Mi meta era la misma: trabajar, aprender todo lo que podía para salir y no regresar más.

Me levantaba, y aún sigo haciéndolo, a las 5 de la mañana, y ya pedía algo para hacer. Limpiaba baños, corredores, cocina, lo que fuera, con tal de tener el tiempo ocupado. Cada mañana, desde aquel día en que tuve mi primer encuentro con Dios, lo primero que hago es agradecerle por ese nuevo día, y pedirle que me acompañe y me oriente. Sé que está para acompañarme, pero que el responsable de lo que haga soy yo, no Él. Cada uno es responsable de su destino.

La abogada me dijo que me habían dado ocho años. Al año de estar en el COMCAR, un día me visita mi abogada y me cuenta que mi madre había hecho gestiones para que me trasladaran a Punta de Rieles, así a ella le quedaba más cerca y podía visitarme. Como mi conducta era impecable me trasladaron a Punta de Rieles. Seguí en el mismo régimen: madrugando; agradeciendo a Dios; trabajando duro todo el día; y aprendiendo todo lo que podía, porque todos los días uno aprende algo nuevo, si está dispuesto.

Por ejemplo, aprendí que uno debe respetar para ser respetado. Estando en COMCAR yo hacía mi tarea, iba a mi celda y ponía la música a todo trapo. Pero al lado había gente durmiendo. No me decían nada y andaban como de lomo duro, me miraban feo. Como siempre tenía buena onda, no entendía por qué me miraban así, hasta que un veterano me dijo: Al lado hay compañeros que trabajan en otro sector, que no los ves, y se van a las 6 de la mañana. Quieren descansar y vos les ponés la música fuerte. Al día siguiente, a la hora que regresaban de trabajar, preparé una tarrina con agua caliente para que se higienizaran. Les preparé el mate y cuando llegaron les dije: Muchachos, ahí tienen para bañarse y después, si quieren, tomamos unos mates. Disculpen, mal yo, no los dejaba dormir con mi música, perdonen. Me dieron la mano y me agradecieron. Ahí aprendí que todo lo que yo hago tiene consecuencias, que no se deben hacer las cosas por hacer, porque sólo me gustan a mí. Tengo que ver si con lo que hago no estoy dañando a otro. Respeto para que te respeten.

Fue en Punta de Rieles donde aprendí a hacer bloques, a cultivar, a cocinar, a hacer pan. Como vivía pidiendo comisión de tareas, sin darme cuenta, iba acortando mi pena y a finales de ese año me anunciaron que saldría libre. Esa noche previa no pude dormir pensando en mi tan ansiada libertad; pero tenía claro que comenzaba una dura lucha a partir de ese momento, con la convicción de que tenía que salir adelante y de que eso dependía sólo de mí, no de Dios. Él acompaña, pero el que debe tener voluntad de cambio y poner todo su esfuerzo para salir adelante soy yo. Somos responsables de nuestra vida.

Bueno, como trabajé tanto, tenía unos cuantos pesos para cobrar y con lo que me dieron me compré un carro y un caballo: mi herramienta de trabajo para salir a trabajar y ganarme el pan dignamente. Todos los días me levanto a las 5 de la mañana, me lavo y salgo a trabajar. No importa si llueve. Soy feliz por poder trabajar y ganarme mi sustento. Antes de salir, siempre le agradezco a Dios por estar conmigo, y por el nuevo día que tengo por delante. El peso para la comida no falta nunca.

Con el tiempo ahorré, me compré una yegua que puse en cría. Tuve la suerte que tuvo mellizos: una la tengo en pastoreo, la otra la domo para carro. Criar caballos es un buen negocio. Un caballo sale unos 40 mil pesos, ¿qué te parece? Me compré cerdos, gallinas. Requecheo plástico y papel, cosas que están buenas y la gente tira: puertas, ventanas que pinto y vendo en la feria; sillones que tapizo y vendo. Hablé con un puesto de verduras cerca de casa para que me juntaran las verduras y frutas feas para los cerdos. No les doy basura para comer. Resulta que voy dos veces por semana a levantar, y descubrí que se podía sacar lo feo y comer lo bueno.

Fue así que les pregunté si no se animaban a ponerme lo menos feo en una tarrina y lo más feo en la bolsa para los cerdos. Me dijeron: ¿Vos sacás de ahí? Les dije que sí y me ponen las cosas en la tarrina. Como me hacen ese terrible favor, les barro, acomodo cajones, y así me gané su voluntad. Me empezaron a preparar una bolsa con frutas y verduras buenas. Con esto, separo una parte que como yo, y otra parte se la doy a mi otra hermana, que con algunas cosas hace mermelada y conservas que también vendemos en la feria. Viste, aprendí algo más: Si das, recibís el doble, y si compartís, te hace feliz; porque yo soy feliz de poder colaborar con mi hermana.

Yo no tengo hijos, vos si los tenés -le dice a María- tenés que luchar primero que nada por vos, porque uno debe primero que nada hacer las cosas por uno mismo y después por tus hijos, que son chicos y te necesitan. Está bueno que veles por su educación. Ellos tienen la oportunidad, insistí con eso que será muy bueno para ellos. Y vos, tomá esta estadía aquí como una oportunidad para no regresar más, como hice yo. Aprendé todo lo que te quieran enseñar y confiá en Dios. Él no falla nunca. Porque afuera, amigos para el “jijiji” que después se borran vas a encontrar montones, que querrán que vuelvas al hoyo. Sólo de vos depende que no caigas, nadie es responsable más que vos de lo que suceda. Tenés a esta buena señora que los apoya. Tenés suerte. Yo no tenía a nadie y salí, así que no dudes que vas a poder.

Y les digo algo más. Después que salí no me drogaba, no fumaba, pero los viernes me tomaba unos tragos. Un viernes, unos vecinos sin códigos me robaron una chancha y yo -que estaba con unos tragos- salí con un facón a buscarlos, y alcancé a lastimar a uno en un brazo. Tuve suerte que no me denunció. Esa noche pensaba: qué macana me hubiese mandado si caía preso, y todo por estar ebrio. Estando así, borracho, pierdo el control de mí y pierdo mi libertad, por lo que me dije: -Juan, no tomes más. Esa puede ser tu perdición. Y gracias a Dios que me acompaña, no he tomado más desde hace dos años y medio.

No suelo ir a la iglesia todos los domingos, aunque me hace bien, pero a veces me entusiasmo con el trabajo y se me pasa la hora. Voy a una iglesia cerca de casa. A veces paso y la señora que atiende allí me grita: Juan no te olvides de Dios. Y yo le grito: de Dios no me olvido. A veces no vengo a la iglesia, pero de Dios no me olvido; hablo con Él todos los días y ella se ríe.

Tenés que estar agradecida con Dios; tu fuerza de voluntad, de salir adelante con trabajo duro, y compartir con los que necesitan, eso te va a alejar de la oscuridad, de las malas juntas y de volver a caer, ¡hermanita!

 

El regalo

Tuve la necesidad de compartir esta historia, porque siento que recibí de la persona que menos esperaba, una de las mejores catequesis de mi vida, en el lugar que menos pensaba que la iba a recibir. Pero claro, es porque a veces me cuesta entender en plenitud lo que Jesús nos dijo. Es justamente ahí donde está Dios, donde están los que sufren.

Cuando terminó su historia, estaba muy emocionada y le dije con el nombre que tienes era inevitable ese encuentro con Dios que tuviste. ¿Viste que Dios tiene predilección con manifestarse en el desierto? Me respondió con una sonrisa y me dijo: “Sí, tenés razón”. Salí tan feliz de esa visita a la cárcel. ¡Gracias, Señor, por tu infinita misericordia!



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