El compromiso con la Esperanza de los desesperados ante la cultura de los satisfechos

La esperanza se sitúa entre una realidad no deseada y una confianza en lo nuevo que plenifica, aunque no se agota en un momento histórico, sino que implica la trascendencia como valor de sentido de la existencia. El impulso no debería ser para algunos o para mayorías satisfechas sino para todas las personas en la sociedad y el hábitat.

Esta contradicción es la que dinamiza el sentido de la vida y poderla reflexionar desde los desafíos del mundo actual y desde los signos que anticipan lo que humaniza y plenifica es lo que anima la esperanza secular y religiosa.

Hoy emergen un conjunto de signos de una vida futura más humanizada en la búsqueda de igualdad y no discriminación respecto a la condición de género, étnico-racial, capacidades diferentes,  diversidad de generaciones, un hábitat sustentable y la necesidad de dar un sustento universal para desarrollarse con dignidad como personas plenas.

Esa búsqueda de la igualdad ha implicado luchas sociales por personas que han sufrido estas discriminaciones, pero también por quienes se han sensibilizado con ellas, y han logrado poner en el tapete y en agendas políticas y religiosas sus reivindicaciones. Esto ha habilitado a la creación de debates en distintos ámbitos, habilitando a la construcción colectiva de un cambio cultural, que en la actualidad está en proceso. Es importante aquí la empatía, como componente fundamental que actúa en aquellos que no sufren directamente las condiciones que quieren reivindicar, contribuyendo a que quienes no tienen posibilidades de alzar sus voces, puedan ser escuchados.

Los cambios tecnológicos pre-anunciaban desde la tercera revolución industrial que nos liberarían de la dependencia y sumisión, sin embargo se acerca una cuarta revolución industrial con el desafío de dar cuenta de la crisis ambiental y sobre todo de la crisis subjetiva del sentido de la propia humanidad. Ejemplo de ello son las transformaciones del mundo del trabajo que ya no sólo sustituyen mano de obra no calificada sino inteligencia humana práctica y teórica. Se avecina un mundo en pocas décadas muy distinto al actual. Emergen los “descartados” de los que habla el Papa Francisco.

Transformaciones aceleradas que enfrentan a un mundo que desaparece y otro que emerge, se va pasando en lo subjetivo y material de una homogeneidad de otra época a una diversidad que aun no logra paradigma alternativo estructural.   Se generan reacciones encontradas en las sociedades y culturas, las subjetividades y las formas en las que vive el ser humano no sólo en una época de cambio sino en un cambio de época,  desafía la razón y en el sentido de la existencia, como la fe.

Reacciones apocalípticas o desintegración generan embates fuertes al equilibrio esperanzador de las sociedades y al optimismo humano que se requiere para discernir el cambio civilizatorio que estamos viviendo. Asimismo, las reacciones alternativas en un doble sentido, algunas encerrándose en un mundo que ya fue, en la tradición y los valores perdidos, otras apuestan al futuro como ruptura absoluta que unidemensionaliza, a veces, los propios cambios en vez de verlos en su integralidad de dimensiones.

El dilema que enfrenta la sociedad actual es cómo manejar la incertidumbre con esperanza para no caer en las visiones apocalípticas, es decir, del fin de la humanidad, que parece ser como en otras épocas el fin de una civilización, pero en este caso con la Casa Común hipotecada. A esto se  suma la cultura que había generado la modernidad dura como el capitalismo fordista y las instituciones identitarias de occidente en la aldea global en el mundo hoy.

Se repiensan las formas del trabajo, de la sexualidad, del espacio y el tiempo, de los vínculos ente los real y virtual, del tipo de sociedades y culturas, de economías y tecnologías, las formas de la religión y las espiritualidades El caos tiene como reacción un orden perdido que reclama un cosmos dinámico tanto en la economía, la integración de las sociedades, el sentido de la política, como la vivencia de la sexualidad o la religión.

Pensadores como el jesuita Pierre Tehilard du Chardin con su visión del “cambio cultural evolutivo” hacia adelante y el filósofo Ernest Bloch con el “principio esperanza” nos siguen dando categorías para poder abordar los desafíos del hoy para que la humanidad pueda pasar a un estadio mayor del que está, sin volverse a fracturar o desmembrar por la guerra, las desigualdades y los dilemas del cambio tecnológico. [1]

Los cambios no pueden vivirse como una pérdida destructiva sino como una acumulación transformadora, que permita otro grado de humanización. En  tal sentido para Ernet Bloch la esperanza de las personas surge al experimentar lo que todavía no ha alcanzado el futuro, el presente no es el fin. Y el hecho de vivir el presente no motiva a lograr la plenitud de su ser.

El dilema es cómo se enfrenta el cambio cultural con visiones del principio esperanza y la posibilidad del futuro que generen empatía a todos los integrantes de la sociedad, superando los mecanismos que refuerzan la cultura de los satisfechos, de la exclusión y de la desafiliación social.

Esto requiere de una visión prospectiva que cree autoridad social de testimonio de vida, pero sobre todo del compromiso como personas que encarnemos en nuestras vidas la vivencia de la esperanza como la posibilidad de lo nuevo.

Reflexionar la acción del compromiso con la realización plena de la dignidad humana de todas las personas en sociedad, en un hábitat sustentable, requiere que abordemos el cambio cultural con la confianza que vendrá algo mejor, aunque no sea en la próxima generación pero sí que será parte del largo viaje de humanización y no de autodestrucción.

Recordando a San Agustín vale como criterio para el discernimiento y compromiso su máxima: “La esperanza tiene dos hijas queridas: la indignación y la valentía; la indignación nos enseña a rechazar las cosas así como están y la valentía, a cambiarlas”.

 

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[1]  La evolución de la naturaleza, del cosmos y del hombre, en el sentido de su progresiva divinización, constituye el núcleo filosófico-teológico-científico del pensamiento profundo de Teilhard lo que sienta la hipótesis de que « … existen en el porvenir, otras esferas y en todo caso, un centro supremo en el que toda la energía personal, representada por la conciencia humana, debe ser recogida y supra-personalizada ». EILHARD DE CHARDIN, PI ERRE, La energía humana … , p. 111.



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