La puerta de la misericordia, para entrar en Año Santo y más…

Así llama el propio Francisco a la puerta del Año Santo que ha convocado. Comienza el próximo 8 de diciembre y se extenderá hasta el 20 de noviembre de 2016. Su anuncio, el 11 de marzo pasado, provocó sorpresas e interrogantes, ya que celebraciones de ese tipo se daban a conocer con mucha mayor anticipación por lo que implican de organización, no solo para el Vaticano sino también para la ciudad de Roma. Interrogantes, porque muchos creyeron que una iniciativa de este tipo no respondía demasiado al estilo de Bergoglio y su búsqueda de la reforma eclesial. Por lo que conviene presentar el contenido y forma de la propuesta, y acercar algunas valoraciones de diverso tipo.

La idea: tradicional y nueva

No es necesaria mucha explicación sobre el asunto, al menos en su aspecto más tradicional. En fin, tradicional hasta ahí nomás: el “inventor” del Año Santo fue Bonifacio VIII, en el 1.300, buscando entre otras cosas acentuar la centralidad de Roma (sin olvidar la institución del “año jubilar” en el pueblo judío). La apelación “de la misericordia” marca toda la idea de Francisco y su motivación. Lo decimos con una frase de su Bula, Misericordiae vultus (El rostro de la misericordia): Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre (n. 3). Otro jubileo con tema, por ejemplo, fue el de Pablo VI sobre la reconciliación (1973-1974), con el que entramos en dictadura y nos costó asumir.

Novedades: a la luz del discurso del 17 de octubre pasado, y tal vez también por el deseo de Francisco de no estimular grandes gastos, no deja de ser significativo el que se pueda celebrar y gozar de las gracias del jubileo en las Iglesias locales. En ellas habrá uno o más templos, las catedrales sobre todo, designados con esa finalidad: Cada Iglesia particular, entonces, estará directamente comprometida a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual. El Jubileo, por tanto, será celebrado en Roma así como en las Iglesias particulares como signo visible de la comunión de toda la Iglesia, dice la Bula (3). Novedad también el que el mismo documento de convocatoria no tenga por destinatarios solo a los católicos, sino a cuantos lean esta carta. Y el cardenal Parolin, secretario de Estado, en los días siguientes a los atentados de París, afirma que nada se suspenderá y este es más bien el momento justo para lanzar la ofensiva de la misericordia. Y agrega que el Papa quiere que el Jubileo sirva para que las personas se encuentren, se comprendan y superen su odio. No es casualidad que ‘Misericordioso’ sea también para los musulmanes el nombre más hermoso de Dios. Por eso, ellos deben ser asociados a este Año Santo (entrevista a La Croix, el 15/11). L’Unità, por su parte, cita palabras del vicepresidente de la comunidad islámica en Italia, Yahyia Pallavicini: Es una bella señal abrir el Jubileo a los musulmanes a la luz de lo sucedido en París. Puede ser una buena ocasión para concertar juntos iniciativas fraternas. El imán reveló que hace unas semanas, en la audiencia por los 50 años de la declaración conciliar Nostra aetate, conversó de forma muy breve con Francisco sobre la posibilidad de esa participación. Estoy muy contento, añadió. No creía que ese intercambio de pocas frases se volviera realidad.

Hay que notar que la Bula se refiere también en concreto a los judíos, que alaban sin cesar la eterna misericordia de Dios en la historia del pueblo (el gran hallel, salmo 136), como lo recuerda el texto papal (n. 7). No existe, sin embargo, referencia precisa a los cristianos de las otras denominaciones. Para los Ortodoxos, esta iniciativa de la Iglesia católica pertenece a la tradición de Occidente. En el caso de los protestantes se debe quizá al muy neto rechazo a todo lo que sea referencia aun indirecta a las indulgencias. De hecho, ha habido reacciones bastante duras a raíz del anuncio del Año Santo en publicaciones de la Reforma, por más que la actitud abierta y fraternal de Francisco en el diálogo ecuménico termine suavizando las críticas y ayude a mantener cierta expectativa.

Los motivos de Francisco

La razón más general que lo llevó a esta iniciativa ha sido, como quedó dicho, la voluntad de contagiar a toda la Iglesia, a toda la humanidad, ¿por qué no?, de su certeza confiada en la misericordia de Dios, a vivirla en las relaciones con todos, a testimoniarla de manera incesante. Pero en su carta, el obispo de Roma se detiene sobre otro motivo de mucho significado. Cito la Bula in extenso (n. 4): He escogido la fecha del 8 de diciembre por su gran significado en la historia reciente de la Iglesia. En efecto, abriré la Puerta Santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. Para ella iniciaba un nuevo período de su historia. Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre.

Vuelven a la mente las palabras cargadas de significado que san Juan XXIII pronunció en la apertura del Concilio para indicar el camino a seguir: ‘En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad… La Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella’. En el mismo horizonte se colocaba también el beato Pablo VI quien, en la Conclusión del Concilio, se expresaba de esta manera: ‘Queremos más bien notar cómo la religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad… La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio… Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno. Ha reprobado los errores, sí, porque lo exige, no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas, sólo invitación, respeto y amor. El Concilio ha enviado al mundo contemporáneo en lugar de deprimentes diagnósticos, remedios alentadores, en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza: sus valores no sólo han sido respetados sino honrados, sostenidos sus incesantes esfuerzos, sus aspiraciones, purificadas y bendecidas… Otra cosa debemos destacar aún: toda esta riqueza doctrinal se vuelca en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades. Nueva y fuerte señal de Francisco sobre el carácter decisivo del Vaticano II y su espíritu para el hoy de la Iglesia. Conviene agregar además, que el mismo papa realizó numerosas referencias al Año Santo de la misericordia en el proceso de preparación a la sesión ordinaria del Sínodo del octubre pasado y también durante su mismo desarrollo. Para Francisco, todo esto se junta, se anuda y se enriquece.

Pero… ¿¡indulgencias!?

Entre las sorpresas e interrogantes, la de las indulgencias es una de las más repetidas por los comentaristas. No faltan quienes plantean su desacuerdo con este aspecto casi connatural de los años santos, sobre todo cuando se tiene en cuenta la cercanía de la conmemoración de los 500 años de la Reforma en 2017. Difícil no compartir esta reserva aun cuando se conozca la valoración de Francisco por la religiosidad popular. Pero está la dimensión ecuménica a la que ha concedido enorme importancia en lo que va de su servicio. En el mismo sentido, observadores católicos han mostrado sus reparos sobre la centralidad que se da en la Bula al sacerdocio católico como mediación para la reconciliación y la misericordia a través del sacramento. Piensan que son categorías a repensar en el marco del diálogo con las Iglesias hermanas.

Cuando uno se acerca al texto de la carta papal, encuentra sin embargo matices que no carecen de importancia. Por ejemplo, nunca se habla de “indulgencias”, sino de “indulgencia” en singular. Y en ningún momento aparece el tema de la pena a pagar por el pecado ya perdonado. Copio de la Bula un pasaje del n. 22 que muestra una concepción diferente del tema: El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites […] Así entonces, Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada. Todos nosotros, sin embargo, vivimos la experiencia del pecado. Sabemos que estamos llamados a la perfección (cfr. Mt 5,48), pero sentimos fuerte el peso del pecado. Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona. No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados, que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados dejan en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado” (como la “fisioterapia post-operación”, compara un autor). Y sobre el llamado “tesoro de la Iglesia” del que saldrían esas indulgencias: La Iglesia vive la comunión de los Santos. En la Eucaristía esta comunión, que es don de Dios, actúa como unión espiritual que nos une a los creyentes con los Santos y los Beatos cuyo número es incalculable (cfr Ap 7,4). Su santidad viene en ayuda de nuestra fragilidad, y así la Madre Iglesia es capaz con su oración y su vida de ir al encuentro de la debilidad de unos con la santidad de otros. Vivir entonces la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente. Indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia que participa a todos de los beneficios de la redención de Cristo, para que el perdón sea extendido hasta las extremas consecuencias a la cual llega el amor de Dios (subrayados míos). Parece abrirse aquí una nueva base para el diálogo entre cristianos sobre esta cuestión.

Fuerte dimensión social… y política

Aunque sea de manera muy escueta, es necesario recalcar la fuerte dimensión social que Francisco invita a dar a este año. La misericordia no es un lindo sentimiento sino un modo de vivir la relación con los demás que busca transformar la convivencia. En ese sentido, la iniciativa se sitúa en continuidad con la muy hermosa encíclica de Juan Pablo II sobre el Padre, Dives in misericordia (Rico en misericordia, 1980). Solo transcribo algunos párrafos de la Bula: Este es un año para abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención (15) […] Hombres y mujeres que pertenecen a algún grupo criminal, cualquiera que éste sea. Por vuestro bien, os pido cambiar de vida. Os lo pido en el nombre del Hijo de Dios que si bien combate el pecado nunca rechaza a ningún pecador. No caigáis en la terrible trampa de pensar que la vida depende del dinero y que ante él todo el resto se vuelve carente de valor y dignidad. Es solo una ilusión. No llevamos el dinero con nosotros al más allá. El dinero no nos da la verdadera felicidad. La violencia usada para amasar fortunas que escurren sangre no convierte a nadie en poderoso ni inmortal […] La misma llamada llegue también a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción. Esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social. La corrupción impide mirar el futuro con esperanza porque con su prepotencia y avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres (19).

“Misericordiosos como el Padre”

Así es el lema que Francisco propone para el Año Santo. Copio también aquí algunas de sus expresiones en la Bula que nos afirman en esa confianza y búsqueda: La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia […] La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo (10) […] La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado (cfr Gn 1,28). Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia (11) […] también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio (14) […] Que el grito de los pobres se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo (15) […] La Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos” (Sal 25,6).

Primero la puerta pequeña

Termino con una llamada de atención sobre una señal de misericordia muy poderosa que, si Dios quiere, va a dar Francisco: en su viaje al África, la última etapa será Bangui, capital de la muy convulsionada República Centroafricana. Allí sigue latente un enfrentamiento cruel entre milicias “religiosas” y el país no logra crear las condiciones para la celebración de elecciones con garantías. Militares y líderes franceses (tienen fuerte presencia allí) han desaconsejado esa visita, pero el papa la ha confirmado. E irá a la mezquita de un barrio peligroso. “Los centroafricanos –explicó el arzobispo mons. Nzapalainga a La Croix- esperan a su padre, esperan recibir un mensaje de alegría de este pastor, y ver a este hombre lleno de misericordia. Para subrayar su servicio de paz y reconciliación, su condición de testigo del amor compasivo del Padre, Bergoglio abrirá la primera puerta del Año Santo precisamente en la catedral de Bangui, el 30 de noviembre, ocho días antes de la de San Pedro en Roma. Y después de este, no será extraño que a lo largo del año haya otros signos del obispo de Roma que ayuden a creer que es posible apostar por otra lógica que no sea la de las armas y la prepotencia.

www.vatican.va/content/francesco/es/bulls/documents/papa-francesco_bolla_20150411_misericordiae-vultus.html (Bula del Año Santo en español)