RELACIÓN CON LOS POBRES
“Radical dependencia y sabor a eternidad”

En este número buscamos para la sección de espiritualidad abordar la motivación y vivencia del involucramiento con los pobres, con los vulnerables de la sociedad, con los elegidos de Cristo. No queríamos un ensayo teórico de la “opción por los pobres”, sino un testimonio de vida. Para ello le pedimos a Roxana Revetria, trabajadora social cristiana con larga trayectoria en estas experiencias, que nos cuente de una forma testimonial esta parte fundante y fundamental de su vida que es la relación con los pobres.

Construir sobre cenizas

Para escribir sobre lo que me han sugerido, sobre la experiencia espiritual personal en relación al encuentro cotidiano con los pobres, me voy a ayudar de algunas lecturas que he venido haciendo en estos tiempos. Hay dos expresiones de Christian de Chergé (monje cisterciense, mártir en Argelia junto a otros seis monjes en 1997) que expresan bastante lo que llevo dentro: “Hacer una y otra vez la experiencia amorosa de nuestra radical dependencia”; y otra: “Saber que el día de hoy, con sus apariencias inacabadas, tiene valor de eternidad”. Ambas expresiones encierran ciertas paradojas.

La primera, la relaciono con la radical importancia de los demás en esto del vivir, simplemente vivir. La paradoja de vivir la libertad y la dependencia a la vez. Libertad en la que creo fervientemente y que me ha conducido por caminos exquisitos, complejos y, a la vez, la dependencia absoluta del Creador, que ha sido quien se ha hecho “dependiente” de nuestra humanidad. Podríamos decir que es vivir en “libertad dependiente”.

Y luego, la segunda expresión, la vinculo con la inmensa capacidad de asombro que me sigue despertando el dolor humano, la invisibilidad, la exclusión de tantos y tantas en cualquier lugar, cercano o lejano; a la vez que sigo creyendo en lo que proclama el profeta Isaías (Is. 1-10), especialmente en cuanto expresa armonía, compatibilidad, inteligencia, justicia: “No juzgará por apariencias ni sentenciará solo de oídas, juzgará con justicia a los desvalidos, sentenciará con rectitud a los oprimidos…, el león comerá paja como el buey, se llenará el país de conocimiento del Señor, como colman las aguas el mar”. Es decir que sigo creyendo que esto que parece imposible, es posible en cuanto expresión del Reino, el cual está siendo, aconteciendo. Cada cosa que hago, que hacemos o dejamos de hacer colabora con ello, aún “con sus apariencias inacabadas”.

La letra de la canción Para la vida de León Gieco podría ser expresión de este sentir:

“Insistiré con un mar de rosas,
y construiré, sobre cenizas.
Tendré un sueño nuevo en mis manos
y lucharé para que sea justicia.
Las mejillas de mis hijos en mis labios,
y encontraré en sus ojos un nuevo descanso”.

A pesar de ver desde dentro que el mundo a veces parece alejado, suelto de la mano de Dios, me sigue conmoviendo el sentir internamente que puede ser mejor y hacia allí camina y hay brotes de ese mundo, reinado de Dios. Creo que es un regalo no perder esta confianza. Me sigue ilusionando la invitación a colaborar en la construcción de ese Reino (¿o inmersión en él?).

En este sentido, el modo que Dios ha elegido para que yo esté más cerca suyo, creo ha sido el del involucramiento en diversos espacios, realidades empobrecidas, con personas que sufren y han sufrido la pobreza estructural, buscando el modo en que cada uno, incluyéndome, viva dignamente, ejercitando la justicia. Mi “saber” más técnico, profesional, es una herramienta, una más entre otras, que busco ir perfeccionando, porque es una herramienta al servicio de otros y, por lo tanto, deseo y busco que sea de buena calidad. Disfruto mi profesión de trabajadora social, toda ella, los lugares en los cuales elegí trabajar, pero más amo el Reino que se va fraguando en el mundo que me ha tocado vivir y en el que, de alguna manera, elijo vivir como tierra sagrada donde Dios se hace presente en cada momento.

Sin duda que se me hace trabajoso en el día a día. Revisar si los medios que voy viviendo o eligiendo son compatibles con el fin que busco, ese fin que tira de mí hacia adelante. Vivo el dolor, la injusticia, los desaciertos en algunos lineamientos, metodologías, por ejemplo de, algunas Políticas Públicas o modelos de gestión, como parte del “pecado estructural”, y hay situaciones en que experimento, como muchos, casi el “tocar” el mal en el mundo, como ver el rostro de lo peor del ser humano que elige lo contrario para lo que ha sido creado.

Creo que tener claro la magnitud de lo que se juega en cada cosa hace que viva la realidad con intensidad, si bien con asombro, tratando de ser lúcida y no ingenua. Esto también trae equivocaciones, muchas veces, igual de intensas, las que busco mejorar, no repetir, aunque ellas me dan un “baño de humildad” que no viene nada mal.

Mojones del camino

Esta experiencia de vida, bastante común con otros y otras, se sostiene en algunos mojones. Comparto algunos, que si bien son muy diferentes, los recojo hoy como muy significativos, y no siempre van ligados directamente al trabajo más social.

La experiencia compartida en el grupo de jóvenes de Pastoral Juvenil. Allí todo era posible, era inadmisible la desigualdad. La escucha, la alegría, la oración personal y comunitaria, el servicio, el análisis de lo que pasaba en la sociedad, la iglesia, en el mundo, era el pan de cada día.

Luego, el primer trabajo, que empezó siendo voluntario. Trabajo que hoy quizá no asumiría siendo tan joven e inexperiente, pero que fue como fue, mil errores pero la experiencia de acompañar personas con historias durísimas y a la vez sentirme muy cuidada por ellos (todos hombres, muchos con experiencias previas de cárcel, de heridas personales y familiares estructurantes), me sentía y era objetivamente cuidada. Sin duda una experiencia de reciprocidad.

Después, y en ese contexto laboral, hacer el mes de Ejercicios ignacianos. Fue experimentar, de un modo sostenido, la inmensidad y belleza del mundo y la gran capacidad de dar, de entregar, de amar que tenía dentro y era inagotable. La experiencia del sentido último de las cosas, la vida. Y ante tanto recibido, no cabía otra respuesta que darme donde era más necesario, donde podía dar lo mejor de mí.

Creo que un cristiano, cristiana, no hace opción por los pobres si los pobres no te han elegido antes; es decir que en realidad el compartir la vida con ellos, es un modo de experimentar internamente a Dios ineludible, concerniente, único. Si me preguntan si he hecho la opción por los pobres en realidad contesto que he elegido a Jesús, el de Nazaret y, por tanto, amar a los que él amó con predilección (no significa de modo excluyente), y eran los pobres del momento: los niños, las mujeres, los enfermos, extranjeros, ancianos. Es ver cara a cara el rostro de Dios, al menos para mí.

Otro gran mojón fue la posibilidad y elección personal de estudiar espiritualidad bíblica, escuelas de espiritualidad y otros cursos relacionados, a la vez que compartir la vida con extranjeros en condiciones de pobreza, de diversas nacionalidades (Proyecto de acogimiento familiar llevado adelante por Cáritas- Madrid). Fue un gran regalo de Dios que aún hoy sigo disfrutando. Allí constaté que lo que soy y voy siendo, aporta en cualquier lugar que esté y a la vez paladeé la inmensa riqueza de la tradición judeo cristiana a lo largo de los siglos. Compartí la cotidianidad con mucha gente católica pero con más musulmanes. Fue como tocar lo diverso internamente y experimentar por momentos “que bien estamos aquí” (Mc. 9,5) como los amigos de Jesús en el Tabor. Las Navidades en el edificio con 55 familias de 17 nacionalidades y distintas religiones, cantando villancicos puerta por puerta, sin duda que fue un signo de Paz verdadera, unidad, de posibilidad y ser testigo de ello, vaya si fue un mojón, tan contundente como el mes de ejercicios de años atrás. Y todo ello desde una experiencia de vida comunitaria con religiosas de distintas congregaciones, carismas, edades.

Por otra parte, si intento relacionar esta vida mía con la experiencia del padre Cacho, me quedo casi sin palabras. Diría como Juan el Bautista, “no soy digno de atarle la cuerdas de sus sandalias” (Cfr. Jn. 1, 27), por lo cual debiera remitirme al silencio. Yo no he elegido estar entre y como uno de los pobres que eligió Cacho, sin duda porque no he sentido “la imperiosa necesidad de ir a vivir en un barrio de pobres y hacer como hacen ellos”, tal como él lo manifiesta y tal vez, también, porque no siento la valentía, el arrojo, la humildad, el amor necesario. Aún así, me conmueve el modo y las implicancias que tuvo esta opción suya y sí creo que es de patrimonio común esto del “encuentro”. Ir al encuentro del otro, compartir, no solo dar, organizar, ordenar. Se trata de una relación, una relación de amor, entendiendo por tal lo que expresa San Ignacio en los números 230-231 de los Ejercicios:

“Primero conviene advertir en dos cosas.

La primera es que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras.

La segunda: el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene y de los que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante;  de manera que si  uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro”.

Ignacio, con su gran capacidad de condensar en pocas palabras toda una experiencia, expresa algo que va para Dios, pero también para los hermanos. Así la relación es signo de fraternidad, signo de Dios.

Algo de este “signo de Dios” es el que he percibido al llegar a La Huella. Cuando iba recorriendo el camino de la ruta a la casa, el primer día, aún no estaba segura si me embarcaría en este gran proyecto, siempre en construcción, sentí que allí se respiraba a Dios. Aquel lugar representó en ese momento, mi lugar. Un modo de servir, de amar, de darse, de ser comunidad, de ser iglesia, sociedad, de habitar.

Un lugar engendrado con tanta ilusión, pasión, radicalidad, zarandeado por el dolor, la cruz, ser parte de alguna manera de ello, me conmovió y sin saber mucho dije que sí. No podía decir que no. Si lo pienso mejor, me hubiese gustado estar allí, en un rol que pasara más desapercibido, en una etapa del proyecto en que todo pasara más desapercibido (si es que alguna vez ha sido así). Pero ni uno ni lo otro. Confío en los otros, en continuar haciendo experiencia de la “radical dependencia” y pidiendo cada día que lo que haga, tenga “sabor a eternidad”.