Todavía La Esperanza

¿Por qué todavía? Porque hay muchas cosas en nuestra vida que nos dicen continuamente que ya está bien de intentar, nos hemos dado mil veces la cabeza contra la pared y nada parece cambiar; hemos soñado, hemos hecho muchos esfuerzos por llevarlos a la realidad y casi nada ha pasado; hemos tratado de ser buenos, comprensivos, acogedores, y en retorno nos han dado hostilidad, agresión; deseamos con ardor vivir en paz y todos los días nos asalta la agresividad, la violencia. Seguramente muchos nos podrán plantear, cuando los invitamos a seguir teniendo esperanza: ¿esperanza en tiempos de Valentina, de Brissa y Mariana? Bastó. No da más que para quedarse cada uno en su lugar, con los suyos, con aquellos en los que podemos confiar.
Todavía la esperanza. Con esta última edición del 2017, desde Carta Obsur queremos quebrar una lanza por esta segunda virtud teologal que muchas veces se nos pierde un poco, apretada entre la fe y la caridad. Por un lado, porque estamos en Adviento, cuando apoyados en la contemplación de ese Dios que saliendo de sí mismo asume esta compleja existencia que es la nuestra, nos invita a saberla apreciar por lo que es y por todo lo que está llamada a ser. Por otro, porque hemos querido conmemorar con gratitud los 50 años de un texto mayor de nuestra historia católica uruguaya, la Carta Pastoral de Adviento de 1967, escrita por Monseñor Carlos Parteli y los sacerdotes miembros de su Consejo del Presbiterio.
A partir de esa conmemoración, pensamos que era una cosa buena estimularnos mutuamente a renovar y profundizar nuestra esperanza. Comunicarnos un poco de la que seguimos teniendo porque somos capaces de rescatar esas señales que nunca faltan pero que hay que saber ver, discernir. A eso están ordenados los diferentes materiales, de procedencia múltiple que les presentamos. Ustedes juzgarán si lo logramos.
Para decir algo más, nos parece fundamental estar muy atentos a una tendencia bastante extendida en el catolicismo de hoy, también entre nosotros, a vivir la fe y el ser Iglesia como quien se siente atacado, incomprendido, agredido injustamente y por eso mismo necesitado de atacar a su vez. Viejo sentimiento de los católicos uruguayos en la primera mitad del siglo XX. Que alentó (¿y sigue alentando?) reflejos defensivos, considerando hostil el “afuera” de la Iglesia.
Parece una sensibilidad por completo diferente a la que Francisco está tratando de contagiar, sobre todo pero no solo, entre los cristianos. A ello dirige numerosos gestos y palabras que tienen como base la fe en que Dios está siempre en el seno de la humanidad y de toda experiencia humana, y que por eso la Iglesia debe salir de su propio recinto y acercarse para compartir la vida de los hombres y así poder descubrir, valorar y celebrar las señales de la presencia divina en el caminar común.
“Iglesia en salida” es la gráfica expresión que el mismo obispo de Roma ha acuñado y que tal vez es más repetida que comprendida. Porque no se trata solamente de dejar los recintos de las parroquias para “hacer cosas afuera”, sino que ante todo implica cambiar la cabeza y el corazón para reconocer al Señor presente y llamando desde las realidades de la historia humana. Convocando a su pueblo desde allí, invitando a abrir los esquemas que tendemos a fabricarnos entre nosotros, urgiendo a ponernos al servicio. De otra manera damos la impresión de que somos ante todo guardianes de una imagen, de una ortodoxia, de una moral, antes que apasionados cultores de lo que el mismo Dios quiere para sus criaturas, como nos lo sigue enseñando Jesús.
Dos ejemplos para entendernos. No hace mucho, en el quincenario “Entre Todos” se publicó una nota de título bizarro, “Bulling contra la Iglesia católica”, referida a la puesta en escena de Galileo Galilei por la Comedia Nacional, con un intento de defender lo católico de una manera que parecía querer relativizar el error cometido con el gran científico, cosa ampliamente reconocida por varios papas. Por otro lado, sigue llamándonos la atención la manera de reaccionar contra lo que nos obstinamos en calificar de “ideología de género”, arriesgando que buena parte de la opinión piense que estamos contra la equidad entre varones y mujeres, que no nos preocupa tanto la violencia ejercida contra ellas y los niños, que no aceptamos la educación sexual, etc. Una mirada menos a la defensiva nos ayudaría a distinguir lo criticable de lo genuino, y sobre todo a tratar de conocer qué se oculta en determinadas manifestaciones, qué búsqueda expresan, por más ambiguas que sean.
Si nos hemos detenido en estas consideraciones es porque opinamos, más bien estamos convencidos, que son contrarias a la esperanza. Que no ayudan a abrir la cabeza, a ensanchar el corazón, a esponjarlo con la confianza. Esa que viene del mismo Señor Jesús que si abrazó nuestra vida de una vez y para siempre, no lo hizo por una especie de masoquismo, para sacrificarse, sino por el amor que tiene a todos los que considera sus hermanos, nosotros y todos los otros.
El Adviento, el aniversario que queremos celebrar en esta edición, la palabra y los gestos del papa Francisco y mil signos que cada uno conoce, nos están llamando, creemos, a ahondar nuestra esperanza, a llenarla de razones en torno a la del pequeño Niño, que es la mayor y la fuente. Para que siguiendo su camino de “tanto amar”, de identificarse con los últimos e insignificantes, aprendamos a imaginar y buscar de nuevo el Reino de Dios y su justicia, que todo lo demás vendrá por añadidura.
A todos una Navidad llena, bien llena de esperanza y ganas de contagiarla.



Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.