EL ESPÍRITU QUE RECLAMA EL COMPROMISO EN EL SIGLO XXI
A 500 años de la obra del humanista Tomás Moro, autor de Utopía, proclamado santo patrono de la política

Estamos conmemorando 500 años de la obra del humanista Tomás Moro, inspirador de movimientos y experiencias de un mundo mejor del que encontramos en las desigualdades, la depredación de la naturaleza y la explotación del hombre por el hombre. Realidades que se mantienen, más allá de los logros y cambios humanizadores. Cambios que en gran medida podemos atribuir al rol de las utopías, que movilizan al ser humano desde el “principio esperanza”, al decir de Ernst Bloch, por un mundo más justo, fraterno y de libertad real para todos, ante un mundo para pocos.[1] Hoy adquiere relevancia su obra fundamental Utopía, más para el mundo secular que religioso, no solo por el medio milenio sino por los desafíos de una realidad que persiste en las injusticias. En tiempos del Papa Francisco parecen hacer sinergias las experiencias revolucionarias inspiradas en el cristianismo y el mundo secular.

El canciller humanista

Tomás Moro muere en 1535, por cargos de alta traición como canciller de Inglaterra, siendo uno de los más brillantes juristas y políticos del siglo XVI. Hombre culto: abogado, traductor, poeta y filósofo humanista[2]. Enrique VIII, rey de Inglaterra, lamenta su muerte, pero ésta aparece como inevitable a fin de salvar el orden político del Estado absolutista que emergía al comienzo de la modernidad.

Moro considera que la suma de la felicidad de las personas fortalece la constitución del Estado. Concibe a la vez el ejercicio de la racionalidad de todos los hombres y con ella guiar sus pasiones para ser felices. Esta idea la retoma de las escuelas éticas helenistas y el universalismo cristiano.[3]

El Santo y el compromiso por una sociedad justa

Fue beatificado en 1885 y canonizado en 1935 por la Iglesia Católica; reconocido como mártir de la Reforma por los Anglicanos en 1980: y proclamado patrono de los gobernantes y políticos el 31 de octubre de 2000 por Juan Pablo II.

Hoy se globalizan y articulan visiones para el cambio que afirman que “¡otro mundo es posible!”, ante las desigualdades e injusticias que se profundizan a escala global, entre los pueblos, las sociedades y los grupos humanos. Por otra parte, luego de haberse logrado una codificación de los derechos de igualdad, libertad y fraternidad en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, hoy vemos que se violentan en sus tres generaciones (individuales, sociales y globales).

Moro inaugurará un género literario que se transformará, con otras obras, en motivación no solo para construir una sociedad más justa y fraterna, sino en la expresión más plena del cristianismo, lo que luego será plenamente secularizado por los movimientos socialistas y anarquistas del siglo XIX. Siglo en el que se consolidan corrientes ligadas a lo utópico en la indignación y la voluntad, que generarán una percepción negativa del liberalismo y sobre todo del marxismo que se posiciona como “científico”, aportando un análisis sistemático de cómo se produce la acumulación y la desigualdad. Movilizarán muchos compromisos y comunidades, cooperativismo y autogestión. Sin embargo, si los utópicos cayeron en el voluntarismo, los “científicos”, liberales y marxistas derivaron en mecanicistas, lo que vale tener en cuenta en el cambio civilizatorio que estamos viviendo para ver la dialéctica entre utopía y realidad.

Las experiencias históricas del siglo XX muestran que todas las experiencias de transformar el mundo tienen utopías subyacentes, que si no se ponen bajo sospecha en sus pretensiones totalizadoras caen en las distopías (anti-utopías), que signaron al individualismo liberal y al colectivismo marxista.

Desde la caída del socialismo real a fines del siglo XX se comienza a dar un proceso de mutua interpelación entre visiones que buscan un mundo mejor sin pretensiones absolutizadoras, experiencia que comenzó previamente en el diálogo cristiano-marxista y la confluencia en América Latina de procesos populares que muestran esa diversidad y conflictos. El reconocimiento del valor utópico deja de ser algo irreal y pasa a ser el horizonte motivador al que nunca se llega plenamente pero moviliza el cambio e interpela las experiencias, a la vez la necesidad de asumir la metodología de las ciencias sociales para comprender los mecanismos de acumulación, explotación, dominación y desigualdad del sistema y los caminos para provocar igualdad y distribución.

Para la teología, pero también para la filosofía de la historia, la distinción entre la “Utopía” y el “Reino de Dios” emergen con claridad en la medida en que para Moro no se frena la historia. El dilema del bien y el mal se aborda en la relación entre la ética y la política ya no por un orden divino prefijado o resultante. La política debe estar injertada en la ética, a la inversa de Maquiavelo. Esta visión es sustantiva para no identificar una ideología o sistema como plenitud de la realización humana y evangélica, lo que hace de la Utopía un factor dinamizador y no un sistema acabado.

Moro como humanista verá la centralidad en la organización política de la sociedad y no en la estructura religiosa, asumiendo el desafío de la libertad humana en la construcción del mundo.  Las injusticias, la pobreza y la desigualdad no son el resultado de un designio divino sino del egoísmo humano.

No tiene ninguna pretensión sacralizadora, ni eclesiástica, promoviendo una idea de comunidad centrada en la secularidad y una espiritualidad que hoy llamamos ecuménica. Este sentido inspiró la “libertad de cultos”, que también promoverá Artigas en la Banda Oriental asesorado por los franciscanos.

Objetivo y valor de Utopía: denuncia inteligente y propuesta transformadora

Compartiendo la ironía y buen humor de su amigo Erasmo de Rótterdam, escribirá el libro Utopía (término que él crea del griego: u-topos, lo sin lugar). Aludirá a un relato que supuestamente le hace un marino (Ciclodeo) de una isla que conoció en el Nuevo Mundo. Estamos apenas a 24 años de la llegada europea a América y todo lo que ello provoca en la imaginación.

A diferencia de Maquiavelo -que partía de una antropología pesimista, sobre las posibilidades y bondades humanas, que se inspiraba en un pasado glorioso del Imperio romano y la capacidad para asumir los conflictos de la política como mal menor-, Tomás Moro partía de una visión optimista y su visión está en el futuro a construir, a partir de las capacidades humanas que podrán lograr una realidad más justa y fraterna.

La obra tiene dos partes, la primera es una descripción de las injusticias y desigualdades de la Inglaterra de su momento. La salida de la Edad Media a la Modernidad traerá la concentración de la tierra, el desplazamiento de los campesinos a las urbes. La situación que describe es la de que donde antes se requerían muchos brazos, ahora basta un solo pastor; mientras que los grandes señores mandaban destruir las viviendas de los campesinos para que éstos no crearan dificultades. Así, el éxodo a las ciudades se hizo necesario, pero como las ciudades tampoco daban la oferta de empleo necesaria, y los campesinos no sabían hacer más nada que trabajar la tierra, muchos de ellos tuvieron que robar. Y la legislación, que no había hecho nada por solucionar su situación en el campo, sí estuvo presta para castigar con la horca a los ladrones. Moro describía al sistema inglés como uno que “crea ladrones para luego castigarlos”. La tesis es que el desempleo que azota a Inglaterra es de carácter involuntario por parte de los trabajadores. Busca probar que si había desempleados era responsabilidad de la sociedad inglesa. Los obreros sin trabajo eran víctimas de una tremenda injusticia social.

Propone aumentar la demanda de trabajo: que se vuelva al cultivo de la tierra y que los señores reedifiquen las viviendas de los campesinos. Como sabe que es prácticamente imposible que esto suceda, pues la lana es un negocio demasiado bueno, propone la creación de manufacturas. Puesto que la producción de lana reditúa más que la tierra, Moro sabe que ésta terminará por imponerse. Encuentra así una solución para absorber el desempleo. Pero como comprende que la creación de industrias tomará tiempo, y que la gente no puede esperar muriéndose de hambre, propone que se vuelva a cultivar la tierra como un medio de transición, mientras que el segundo remedio logra el desarrollo conveniente.

Tomás Moro propone instituir un régimen de seguridad social: señala que los mutilados, los inservibles, los ancianos y los enfermos deberían ser atendidos por el Estado. Moro es el verdadero padre de la seguridad social. Esboza la idea de Renta Básica.

La segunda parte es el relato que le hace el viajante de cómo se desarrolla en esa supuesta isla una sociedad organizada donde todas las personas tienen su lugar para desarrollarse. Lugar donde no existe la propiedad privada, origen de la desigualdad que retoma de los Padres de la Iglesia. Una República igualitaria y comunitaria a escala humana y no de megalópolis.

Algunos rasgos de la sociedad ideal en Utopía

Inspirado en “La República” y “Las Leyes” de Platón, en los orígenes del cristianismo y en los relatos de Américo Vespucio, planteará la centralidad del Trabajo, obligatorio para todos. Hace reflexionar sobre las condiciones europeas, donde es inmensa la cantidad de gente que no contribuye a la producción: mujeres, sacerdotes y religiosos; nobles y caballeros, servidores, mendigos sanos, comerciantes y usureros. Entre los utópicos, los únicos que están excluidos de esta obligación son los magistrados y aquellos a quienes se les ha concedido un permiso especial para que se dediquen enteramente al estudio. Pero los magistrados trabajan para dar el ejemplo, y si los sabios no cumplen con ciertas expectativas, tienen que regresar al trabajo.

Las horas de trabajo diario son seis, tres por la mañana y tres por la tarde. La mayoría consagra su tiempo libre al estudio. La producción no escasea, pues como todos trabajan, se produce suficiente. Para que no vaya a existir desempleo involuntario, que se traduciría en ociosidad, hay una serie de trabajos públicos, pero a la vez útiles, como la reparación de edificios públicos, el mantenimiento de calles y caminos. Si el trabajo público se vuelve innecesario, se regresa a las jornadas normales. Hay rotación en el trabajo: todos tienen que pasar algunos años de su vida en los trabajos más pesados y son relevados por las nuevas generaciones.

Selección para las actividades intelectuales. Como tienen mucho tiempo para estudiar, quienes más destaquen en esta actividad reciben el permiso de consagrase a ella enteramente.

Los utópicos encontraron el modo de descartar el lujo que tanto complica la producción y tanto trabajo requiere. Por ejemplo, todos los vestidos son iguales, por lo que nadie tiene necesidad de un guardarropa bien surtido. En Utopía reina lo colectivo y comunitario.

No se conoce en Utopía la propiedad privada. Todos trabajan lo que es propiedad de la comunidad y llevan la producción a almacenes colectivos. La distribución se hace según las peticiones del jefe de cada familia según sus necesidades. Habiendo abundancia de todo y no negándose nada a nadie, no existe el deseo de llevarse más de lo que necesita.

Gracias a la comunidad de bienes se consigue un gran bienestar, paz y abundancia para todos, cosa que le parece imposible mientras exista la propiedad privada.

Aunque cada familia tiene una casa propia, los alimentos pueden tomarse en comedores comunes, en los que, además, se cuida de la buena nutrición, por lo que son preferidos por los habitantes.

La religión es lo que une a los hombres entre sí. Hay varias religiones en Utopía, no solo en la Isla, sino también en cada ciudad. La diversidad, pluralidad, libertad religiosa y tolerancia reinan. A los sacerdotes y magistrados se los elige por votación secreta y atienden a todos; se prohíbe el ateísmo.

El ser humano se expresa “haciéndose”. Como ser inacabado se sitúa ante la utopía como desafío para humanizarse; “ser” y “deber ser” encuentran sinergia o disociación en cómo se expresa el ser humano en la estructura jurídica de la organización social.

En suma…

El pensamiento utópico postula la plena libertad, fraternidad e igualdad entre los hombres insertos en un hábitat del que son parte y no extraños, como hoy se encuentran y por tanto amenazado en su supervivencia. La condición dialógica del ser humano es base de la fraternidad universal que configura la inmensa utopía del hombre, a la cual el Derecho puede contribuir a concretar en cierta medida.[4]

La propuesta de Moro, como vemos, presenta una sociedad “ideal”, que no prescinde del Estado ni del Derecho para acabar con los caprichos del poder y las desigualdades.[5] Basada en las virtudes de los clásicos y la fraternidad cristiana con el objetivo de expresar y potenciar la naturaleza humana en la idea de bien común. [6]

La construcción y el mantenimiento de una “sociedad ideal”, como visión nunca alcanzada, pasan por el rol del Estado, el Derecho y la participación ciudadana. La diversidad de utopías desencadenadas en los siglos posteriores, sea de carácter liberal, socialista, comunitarista u otras, como las anti-utopías reactivas, pueden ser abordadas desde distintas perspectivas. Estableciéndose el vínculo entre Estado, Participación Social y Derecho para imaginar y construir una sociedad mejor que la existente.[7] Esto diferenciará al realismo pragmático del realismo utópico en las cosmovisiones sociales. Uno partirá del desarrollo de lo dado, el otro de su transformación.

Las concepciones de participación y autogestión popular, federalismo y descentralización, democracia comunitaria y humanista serán retomadas por distintas experiencias religiosas y seculares que dieron como experiencia en los últimos siglos y se renuevan ante la globalización en este siglo XXI.

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[1] En el mundo se vienen realizando varias actividades. En Uruguay comenzó el CEDIDOSC en julio, con el seminario denominado: “La Utopía: 500 años de Santo Tomás Moro”. El Instituto Humanista Cristiano “Juan Pablo Terra” realizará el suyo en setiembre, “Nuestras Utopías, 500 años después”; y para finalizar será el turno del Instituto de Historia de las Ideas de la Facultad de Derecho de la UdelaR, a fines de octubre, con el Simposio: “Utopías: pasado y presente. A 500 años de Utopía de Tomás Moro”. Ver blog: https://tomasmoroutopia500.blogspot.com.uy/

[2] Ver Cayota, M. (1992). Siembra entre Brumas: Utopía Franciscana y Humanismo Renacentista. Una alternativa a la Conquista. Comunidad del Sur, Montevideo.

[3] Villarreal, N. (2016). “Notas propedéuticas ante los 500 años de “Utopía” de Thomás Moro: la relación entre las Utopías y el Derecho en el siglo XXI”. Jornadas Anuales del Área Socio-Jurídica correspondientes al año 2014. Facultad de Derecho. UdelaR.

[4] HINKELAMMERT, F. (1990). Crítica a la razón utópica, DEI, segunda edición, San José, Costa Rica.

[5] MORO T. (2013). Utopía. pág. 36 Plutón Ediciones, España.

[6] VILLARREAL, N. (2016). “Utopías y Derecho” Revista Relaciones, julio 2016, Montevideo.

[7]ACOSTA, Y. (2005).  La función utópica en el discurso hispanoamericano sobre lo cultural: resignificaciones de ‘civilización-barbarie’ y ‘Ariel-Calibán’ en la articulación de nuestra identidad. Revista Facultad de Derecho N. 12.