“Io parto per l’america”
Scalabrinianos: compañeros de los migrantes italianos y los de ahora

La emigración masiva es uno de los principales fenómenos de la época moderna; y para Italia, desde la segunda mitad del siglo XIX, fue uno de los mayores dramas sociales de su historia. En el lapso de un siglo salieron de Italia alrededor de veinticinco millones de personas. El período más dramático de la emigración italiana, tanto por la cantidad numérica cuanto por el estado de absoluto abandono que la acompañaba, fue en las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del XX. De esa época procede el canto de emigrantes, esperanzador y melancólico cuyo título adoptamos para esta nota.

La causa que provocó ese éxodo de tal envergadura fue fundamentalmente la desocupación. En efecto, la agricultura, que era el principal componente de la economía del país, no estaba más en condiciones de ofrecer los medios para abastecer a una población en rápido crecimiento demográfico y que no encontraba desahogo en la aún incipiente economía industrial. De nada sirvieron las protestas de los latifundistas, alarmados por la salida de sus peones, quienes frente a los salarios de hambre que percibían, prefirieron afrontar los riesgos de la emigración. Robar o emigrar era su dramático dilema.

Los mayores peligros estaban reservados a aquellos que se dirigían hacia el otro lado del océano. Éstos, engañados y reclutados por deshonestos “agentes de emigración”, privados de sus últimos ahorros por parte de los hoteleros de los puertos y por las compañías de navegación; amontonados en las malsanas bodegas de frágiles barcos, enfrentaban el calvario de un largo, sufrido y azaroso viaje. Una vez desembarcados, veían además esfumarse sus sueños, y terminaban a menudo en manos de los especuladores. Cuando no -como en Brasil- reemplazaban a los esclavos recién emancipados. Carentes de protección o defensa por parte de las autoridades consulares italianas, raramente lograban hacer llegar su grito desesperado a su tierra de origen. La Italia del Risorgimento, preocupada casi solo en darse las estructuras de un estado moderno que le ganara prestigio en el concierto de las naciones, ignoró este gravísimo drama social vivido y sufrido por sus compatriotas (cf. www.scalabrini.org).

Oídos atentos y sensibles

Quien sí oyó ese grito fue el muy joven obispo de Piacenza, Juan Bautista Scalabrini (1839-1905). Su corazón estaba ya sensibilizado ante esa situación por la partida de dos de sus hermanos a América (uno de ellos murió frente a las costas de Perú, el otro llegó a la Argentina) y por el espectáculo de las familias muy pobres amontonadas en la estación de trenes de Milán, esperando para poder partir hacia Génova a embarcarse. Desde antes, de párroco en su Como natal, había mostrado su inquietud social por la situación penosa del naciente proletariado industrial y la emigración del campesinado tradicional a las ciudades.

Buscando responder a esa nueva realidad ocupándose de la suerte material y espiritual de sus compatriotas emigrantes, diez años después de comenzar su ministerio episcopal decidió fundar un instituto de clérigos con esa finalidad, en 1887. Lo llamó primero Instituto Cristoforo Colombo, ya que el objetivo en concreto era cuidar de los italianos, asistiéndolos social, moral y religiosamente, pero poco después le dio el nombre más definitivo de Congregación de los Misioneros de San Carlos, inspirado por su admiración y devoción hacia san Carlos Borromeo, el gran arzobispo reformador de Milán en el siglo XVI.

Scalabrini comenzó muy pronto, en 1888, a enviar a sus misioneros acompañando a quienes emigraban e instalándose también con ellos en tierras de América. En nuestras comarcas llegaron primero a Brasil (en ese año) y Argentina (1890), y venían con la intención de hacerlo en Uruguay, pero al ver la obra que aquí hacían ya los salesianos con los italianos, priorizaron su trabajo en los dos grandes países del Cono Sur. Señal elocuente de esa acción misionera junto a quienes viniendo de Italia desembarcaban en Buenos Aires para comenzar una nueva vida llena de incógnitas, dificultades y esperanzas, es el santuario de Nuestra Señora Madre de los Emigrantes, en el barrio de la Boca.

Con los emigrantes italianos, con todos

Su preocupación principal estaba, como ya fue dicho, orientada a acompañar y atender a sus compatriotas italianos, insistiendo en dos dimensiones por otra parte inseparables: la cultura de origen, y sobre todo la fe. Ellos querían que los emigrados no perdieran sus raíces, esas que habían alimentado su vida hasta el momento de la difícil decisión de partir. Porque además, esas raíces, esa cultura, eran el soporte y la tierra en que había nacido y crecido su fe. Desarraigados de lo que conocían, necesitaban echar nuevas raíces en otra tierra, que si bien les daba, sobre todo en lo material, las oportunidades por las que habían dejado todo, los obligaba a rehacer su mundo, redefinir costumbres, buscar y adoptar nuevas referencias.

Por eso, los Scalabrinianos se ocuparon de la conservación de la lengua, de la custodia y mantenimiento de las costumbres nativas, de la cultura, el cultivo del amor a la patria que sin embargo no había sido capaz de mantenerlos junto a sí. Numerosas obras sociales para las “colonias” italianas florecieron por iniciativa de los nuevos misioneros. Que por otra parte no eran solamente clérigos. También había entre ellos laicos, miembros del Instituto San Rafael, fundado también por Scalabrini, convencido de que ellos podían llegar a lugares y tomar iniciativas que difícilmente estaban al alcance de los sacerdotes. En este sentido, en la promoción de laicos en la evangelización, abrió caminos. Posteriormente fundó una congregación de religiosas, con la misma finalidad y mismo nombre, en femenino.

Al mismo tiempo, el Fundador y sus primeros seguidores se preocuparon activamente por crear conciencia, en las Iglesias de los países de acogida, de la necesidad de dedicar clero local a la atención de los migrantes, promoviendo para ello vocaciones específicas. Sin embargo su acción no siempre fue bien comprendida, ya que los obispos y clero locales no veían en general la conveniencia de mantener a los inmigrantes en su “mundo italiano” sino por el contrario pensaban que había que ayudarlos a integrarse. De allí que por un buen tiempo no aceptaron que se crearan parroquias especiales para ellos, desaconsejaban la predicación en italiano, y preferían encomendar a los misioneros alguna parroquia para la que no tenían sacerdotes. Y esos argumentos se veían como reforzados por la facilidad que los llegados de Italia tenían para la integración, para superar la barrera de la lengua y otros aspectos culturales comunes con la idiosincrasia rioplatense, a diferencia de otras latitudes.

En el Río de la Plata, en esta margen oriental

Esa llegada tan temprana de los Scalabrinianos a la Argentina no logró sin embargo consolidarse, sufrió una especie de paréntesis y fue en los inicios de la II Guerra Mundial (1939) cuando llegaron por segunda vez, ahora desde Brasil donde estaban ya bien asentados.

Aunque desde antes realizaban algunas actividades en Uruguay, fue en 1962 que se establecieron más formalmente, en el Dorado, Canelones, trabajando sobre todo en el acompañamiento de los migrantes internos. En los años 60, con la crisis que se agravaba, se dieron fuertes migraciones campo-ciudad pero también hacia el exterior. Al mismo tiempo se fue incrementando el pedido de grupos de italianos, asentados en su mayoría en Montevideo, para poder gozar de su asistencia espiritual. Así, en 1967 nació la “Misión Católica Italiana” (MCI) y se instalaron en la capital, dada también la importancia del puerto para su actividad. La Misión tuvo inicialmente su sede en una capillita de la zona de Tres Cruces, en la que, siempre según su vocación original, atendían sobre todo a los italianos llegados al país. Sin embargo, un poco más adelante, con la reducción drástica de las migraciones desde Italia (la última gran ola fue en los años posteriores a la II Guerra), la Congregación scalabriniana decidió extender su radio de acción a todos los emigrantes, lo que aumentó considerablemente los desafíos y campo de su trabajo pastoral.

Finalmente, culminando su proceso de asentamiento en Montevideo, compraron el colegio de las Hermanas Franciscanas Hijas de María para poder dar un mejor servicio a los inmigrantes en necesidad, y asumieron la atención de la capilla, creada parroquia en 1983, de Nuestra Señora de la Asunción y Madre de los Migrantes, conocida en general como Misión Católica Italiana, en Luis Alberto de Herrera, cerquita de Av. Italia. Desde allí irradian su acción. Actualmente, desde hace algunos años, esa tarea pastoral, atención de la parroquia y de los migrantes al mismo tiempo, está asegurada por sacerdotes mexicanos, después de un período en que lo hacían italianos y brasileños.

En lo que se refiere más propiamente a la pastoral de migrantes, la misión forma parte de la Red de Apoyo al Migrante del Uruguay, que tiene como objetivo trabajar de forma multidisciplinaria con los diferentes organismos vinculados al tema migratorio en el país, y está integrada por organismos gubernamentales e instituciones civiles. En el servicio en red, se trata justamente de trabajar coordinados y no repetir servicios.

En la Misión Scalabriniana se brindan para con los migrantes, servicios como: inserción laboral, atención legal y espiritual. Algunas veces se ofrecen servicios médicos. En casos de emergencia por la situación de alta vulnerabilidad se da hospedaje en la Casa del Migrante. Por supuesto de modo transitorio. Además, para los migrantes que ya han encontrado trabajo, se les asesora para poder encontrar lugares donde vivir.

Lo más directamente pastoral

En cuanto al trabajo más específicamente religioso, el perfil de los inmigrantes varía mucho. Ahora que están llegando muchos latinoamericanos, la mayoría de ellos son católicos y hay entonces una base común en la que apoyarse. En ese sentido la parroquia y su comunidad es un espacio adecuado para que puedan insertarse de diversos modos en ella y poder seguirlos más de cerca. En el caso de los peruanos, por ejemplo, en el templo parroquial se ha colocado la imagen del Señor de los Milagros, una devoción muy arraigada y popular sobre todo en Lima, cuya fiesta se celebra en la Parroquia de la Asunción. También se trata de mantener vivas en grupos de otros países algunas de sus fiestas nacionales, las devociones más propias, sin dejar de estimularlos a que se integren en la Iglesia del lugar.

En el caso de los africanos que llegan al país, a veces sin realmente habérselo propuesto, en su mayoría anglófonos, a católicos se suman evangélicos, pero igualmente se han integrado a la comunidad parroquial y se sienten bien acogidos por ella.

Capítulo aparte, pero siempre en el marco de la pastoral de migrantes ejercida por los sacerdotes Scalabrinianos, merece el trabajo que se desarrolla en el puerto, en la sede del llamado Apostolado del Mar Stella Maris. La atención más directa de quienes transitan por el puerto, se realiza desde hace mucho tiempo, en una sede también antigua. Durante un largo período estuvo a cargo de los salesianos, pero desde que se instalaron en Montevideo, los misioneros de San Carlos son los responsables. Actualmente se está reacondicionando la sede, situada en la calle Washington, para poder mejorar las condiciones de acogida. Allí se realizan diversas reuniones que sirven a los marineros, sobre todo, para no sentirse solos, para socializar, divertirse sanamente. Se presta también el servicio de un locutorio dotado de wifi para facilitar la comunicación de marineros y gente en tránsito con sus familiares lejanos.

Se da también el hecho de que algunos de los marinos, sobre todo los filipinos que son muy religiosos, pidan para celebrar misa en su barco, cosa que también se hace.

De muchas partes vienen

Desde hace algunos años se está incrementando bastante la llegada de migrantes al Uruguay, provenientes sobre todo de otros países latinoamericanos. Es el caso de los peruanos, desde hace algún tiempo antes, y últimamente de dominicanos, venezolanos y cubanos. Estos últimos en especial una vez que el presidente Obama, en los días finales de su mandato, y en razón de las nuevas relaciones entre ambos países, eliminó las facilidades que tenían los isleños que llegaban a los EE UU para regularizar su situación. La nueva política del actual presidente norteamericano ha acentuado ese flujo de cubanos, muchos de ellos como un primer destino para seguir en algún momento a otros lugares. Y los venezolanos por la crisis que está pasando el país, además de la ventaja de ser ciudadanos del Mercosur. En todo caso, las autoridades migratorias uruguayas estiman que para este año seguirá aumentando el número de personas que emigran a nuestro país. De hecho, se ha dado la cifra de 18.000 arribos para los doce meses.

También, aunque en mucho menor número, llegan emigrantes de África, sobre todo de Nigeria y Sierra Leona. E igualmente han estado arribando rusos y azeríes.

Todos desafiados por la acogida

Los uruguayos habían perdido casi la memoria de lo que significa que un país reciba nueva población de otras tierras y culturas. En las últimas décadas más bien se hablaba de los compatriotas que se iban. Sin llegar a la dimensión que tuvo el fenómeno a finales del siglo XIX y comienzos del XX, y luego después de la II Guerra Mundial, hoy se está planteando de nuevo el desafío de la acogida, la apertura para ser enriquecidos por este aporte poblacional y cultural a una sociedad envejecida y con tasas de reproducción preocupante.

El trabajo y la experiencia de los padres Scalabrinianos, que no es solo nacional ya que constituyen una red presente en 32 países, muestra la importancia de un clima general, o lo más amplio posible, que facilite la llegada e inserción progresiva de los inmigrantes. No basta con la acción comprometida de algunas organizaciones de la sociedad civil, ni tampoco con la legislación que en el caso de Uruguay es muy adecuada según el parecer de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de la ONU. Se necesita la comprensión, sensibilidad y solidaridad de todos, en el día a día de la convivencia.

Se requiere lo mismo en el plano religioso. El largo siglo de acción de los Scalabrinianos con la preocupación de su Fundador por sensibilizar a las Iglesias de los países de acogida, indica hoy también el camino a seguir. Tomando conciencia del desarraigo y desamparo que conlleva en general la emigración, las dificultades para vivir la fe y el ser Iglesia en un medio distinto al que conocían, muestran que no bastan buenas actitudes aisladas, sino que las mismas comunidades cristianas son las que tienen que abrirse y generar espacios para estos nuevos hermanos y hermanas. Los migrantes necesitan sentir que en esta Iglesia pueden encontrar una casa como la que dejaron.

La congregación de los Misioneros de San Carlos creó en el año 2006 el Scalabrini International Migration Network (SIMN), que coordina y promueve todos sus servicios a favor de los migrantes en todo el mundo. Se pueden consultar al respecto las páginas siguientes:

https://www.scalabrinianosenuruguay.com/ (la parroquia y sus obras)

https://www.facebook.com/SIMN-Uruguay-1756493024628536/ (el SIMN Uruguay en facebook)