Un documento que hizo historia
En el 50 aniversario de la Populorum Progressio de Pablo VI

26 de marzo de 1967, Pascua de Resurrección. Fue el día elegido por el entonces papa Pablo VI para fechar su gran encíclica social con el nombre de Populorum progressio, por sus dos primeras palabras en latín, es decir El Progreso de los pueblos (desde ahora PP). Seguramente el fruto más relevante del Vaticano II en ese campo del desarrollo. Llamado por otra parte a producir acontecimientos y vivencias muy fecundos sobre todo en la Iglesia católica. A los 50 años de su aparición, estos apuntes están dedicados a recordar algunos de esos frutos.

Sobre el proceso de elaboración

Está confirmado por los estudios posteriores que la problemática del desarrollo preocupaba al cardenal Juan B. Montini antes de ser elegido Papa en 1963. Y que lo unía con el dominico francés Louis J. Lebret, que se había vuelto un especialista de esas cuestiones, una buena amistad y una admiración mutua. También se sabe que Pablo VI, pocas semanas después de su elección inició un dossier personal titulado “Material para una encíclica sobre los principios morales del desarrollo humano”.

El tema se introdujo en el Vaticano II cuando se fue elaborando la Constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo (que se concretó en la Gaudium et spesGS-), en cuya discusión y redacción trabajó intensamente el P. Lebret. Pero el papa Montini siguió con su proyecto de encíclica, y a través de consultas con personas especializadas en el tema, se llegó a una primera redacción en setiembre de 1964. Ese primer borrador fue examinado y anotado por Pablo VI y pasado para el estudio de los colaboradores, que fueron redactando otros proyectos. En total fueron siete los textos que antecedieron el definitivo de 1967.

De hecho, el mismo Lebret anota en su diario, el 3 de abril de 1965, que la encíclica sobre el desarrollo está pronta en latín. Por la misma fuente sabemos que Pablo VI prefería no publicarla antes de que el texto de la GS estuviera pronto para no interferir con el trabajo del concilio. Así se hizo. De ese modo, la PP se constituyó en una glosa y profundización de lo que el documento conciliar apuntó (cfr. GS nn. 63-72) La redacción definitiva estuvo pronta el 20 de febrero del 67, pero el Papa decidió esperar la fecha de la Pascua. Lebret murió poco menos de un año antes de esa fecha, pero su legado, sus trabajos por rescatar la necesaria dimensión humana del desarrollo quedaron en el texto montiniano. Una de las expresiones que se hicieron clásicas de la PP fue: el desarrollo significa “pasar de condiciones menos humanas a condiciones más humanas”, y quien la acuñó varios años antes fue el dominico francés.

Por sus frutos la conocimos

Quienes hemos vivido con pasión y atención los últimos cincuenta años de la vida de la Iglesia somos conscientes de la cantidad y calidad de frutos que produjo la PP. Fue acogida con mucha gratitud y reconocimiento en los países del Sur del mundo, claro, no por las elites económicas y políticas, pero sí por todos los que, oprimidos por la pobreza, anhelaban una mayor justicia y equidad, y sobre todo por los movimientos que luchaban por esa causa. Y en las naciones del Norte, también por los grupos comprometidos con un desarrollo humano integral y con la solidaridad para con los pueblos pobres.

Pasó a la historia la reacción de rechazo del Wall Street Journal, que calificó al texto de Pablo VI de “marxismo recalentado” (warmed up Marxism). Y el diario Il Tempo, de Italia, que acusó al papa de practicar un “análisis maoísta” de la realidad mundial.

Pero esta nota pretende sobre todo recuperar algunos de los frutos eclesiales que dio la encíclica, porque sin ellos sería difícil explicar algunos rasgos de lo que hoy es la vida cristiana, la de la Iglesia toda.

Empiezo por algo que no pertenece tanto al contenido del documento sino más bien a su manera de encararlo, más precisamente a su metodología. El concilio Vaticano II había ensayado, en su constitución sobre la Iglesia en el mundo (GS), una nueva forma de plantear el mensaje de la Iglesia. Siguiendo los estímulos de Juan XXIII, que en la preparación había alertado varias veces sobre la necesidad de “interpretar los signos de los tiempos”, los Padres conciliares, con la ayuda de los teólogos de más calibre de la época, intentaron ese nuevo camino partiendo de las realidades del mundo y los pueblos. Creyeron que era preciso dejarse cuestionar por ellas y descubrir así las señales de Dios que desde allí llama a su Iglesia a analizarlas y apreciarlas para responder de una manera renovada y sin embargo siempre fiel al corazón de la Buena Noticia.

Sucedió que la tarea no fue fácil. Se trataba de un camino nuevo, no intentado desde hacía siglos, en que la enseñanza de la Iglesia y la teología procedían por deducción de los grandes principios de la fe cristiana para tratar de adaptarlos a cada situación. Así se había elaborado toda la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), desde los comienzos con León XIII, con un inicio de evolución en Juan XXIII. Para decirlo en términos que conocemos bien, se trataba de incorporar en el magisterio eclesial el proceso del “ver, juzgar, actuar” (ya recomendado por el papa Juan en su Mater et magistra de 1961). Lo que se conoce como método inductivo, por contraposición con el deductivo.

Esto fue algo que los analistas atentos hicieron notar rápidamente. Entre nosotros, el entonces jesuita Ricardo Cetrulo publicó un artículo, que se convirtió en una especie de clásico en América Latina, titulado “De la animación de lo temporal al análisis de situación”, en que justamente daba cuenta del pasaje en la PP de un tipo de magisterio social de la Iglesia a otro nuevo, marcado por esa nueva metodología. En Europa fue el dominico francés M. D. Chenu, de gran influencia en el Concilio, quien identificó a la encíclica de Montini como el primer ejemplo ya maduro de ese nuevo estilo. Y la calificó como un nuevo punto de partida para la DSI, que hasta entonces, para él, se debía considerar como ideología.

Se podría abundar sobre toda esta temática, pero creo que basta con apuntar lo que estuvo en juego. De hecho, la mayor parte de los documentos de la DSI en los últimos 50 años han seguido ese camino, salvo algunos regresos al estilo anterior en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Con Francisco se ha vuelto a adoptar con decisión la herencia del Concilio y de la PP. Ni qué decir, en la enseñanza de los obispos de América Latina: Medellín y Puebla deben en buena medida su riqueza a esa metodología, Santo Domingo trató de dejarla atrás. Pero fue retomada con claridad por Aparecida, 40 años después (en este mayo ha hecho 10 años de Aparecida. Volveremos en Carta Obsur sobre ello). A veces olvidamos reconocer esta verdadera consolidación de un rumbo que se procesó con el Vaticano II y el pontificado de Pablo VI para bien de la Iglesia y los destinatarios de su enseñanza. Es, de seguro, uno de los grandes aportes y frutos de la PP.

Fuente de inspiración y compromisos

Solo unos meses después de conocerse la encíclica, el 15 de agosto, aparece el llamado “Manifiesto de Obispos del Tercer Mundo”, firmado por 18 prelados: Esta carta prolonga y adapta la encíclica sobre el desarrollo de los pueblos. Desde Colombia y Brasil hasta Oceanía y China, pasando por el Sahara, Yugoeslavia y el Medio Oriente, la luz del Evangelio esclarece las preguntas que, casi siempre las mismas, son planteadas por todas partes. En el momento en que los pueblos y las razas pobres, toman conciencia de sí mismos y de la explotación de la cual todavía son víctimas, este mensaje dará valor a todos los que sufren y luchan por la justicia, condición indispensable de la paz, afirman al inicio. La iniciativa fue de Dom Helder Camara, y se sitúa en la línea del “Pacto de las Catacumbas” (XI/1965), continuidad asegurada por el pastor brasileño a través de sus “Circulares”, comenzadas con el Concilio. En la 224, (4/1967) escribe: “Populorum Progressio. Encíclica a responder con actos. Intercambio de ideas con hermanos del episcopado precedida de una palabra filial al Santo Padre Pablo VI. Y en las siguientes se puede seguir el itinerario de esa iniciativa. El Mensaje se encuentra en: www.ruinasdigitales.com/cristianismoyrevolucion/cyrmanifiestodeobisposdeltercermundo66/.

Este documento inició la época de muchos grandes textos episcopales, sobre todo en América Latina, pero no solo, caracterizados por la claridad en los análisis y el lenguaje sin eufemismos, denunciando situaciones concretas de injusticia, anunciando los caminos del Reino. Poniéndose del lado de los pobres. Se trata de textos que pocos años antes eran impensables, desusados, y que hoy tal vez lo serían por igual, con la excepción del papa Francisco, en quien encontramos un estilo semejante, directo, sin vueltas que evoca aquel. Se habló mucho de profetismo, quizá con cierta inflación del término, pero lo innegable es que se trató de un momento clave en la historia de nuestras Iglesias criollas, que explica un modo de presencia eclesial solidaria, generosa y valiente que ha quedado como uno de nuestros patrimonios, al mismo tiempo celebrado, denostado, añorado, presente según lugares, protagonistas y momentos.

Del Mensaje nació también en la Iglesia latinoamericana, y por emulación, un fenómeno inédito: la formación de movimientos sacerdotales de diverso perfil y objetivos, pero que tuvieron en común la búsqueda de una inserción de los presbíteros en los sectores populares, en los movimientos sociales, como manera de hacerse también ellos agentes del cambio necesario y urgente, como pedían la PP y el mensaje de los obispos. El más conocido de ellos fue el Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo (MSTM), de trayectoria muy polémica, muy “argentino” si tenemos en cuenta su afinidad, no sin tironeos internos, con el peronismo. Pero no se puede negar que fue una de las matrices de la llamada “teología del pueblo” que hoy tiene una expresión muy relevante en Francisco. En otros países nacieron movimientos similares como ONIS en Perú, Golconda en Colombia, “Los 80” en Chile, y otros en Guatemala, Ecuador, México. En todos ellos se buscaba una forma de vida presbiteral marcada por eso que hoy llamamos “opción por los pobres”. Creo que aún no se ha hecho una evaluación seria y desapasionada de estas experiencias, pero no dudo en afirmar que han contribuido mucho a dar a los ministros ordenados del continente un estilo que hoy llama la atención en el papa Bergoglio.

Por iniciativa del MSTM, en junio de 1968, casi un millar de sacerdotes de América Latina dirigieron una carta a los obispos que iban a participar en la Conferencia de Medellín del CELAM dos meses después, lo mismo que a Pablo VI, que viajaba a Colombia a inaugurarla. En ella se pedía que no se condenara la violencia de los pobres, “violencia revolucionaria”, sin condenar al mismo tiempo la “violencia institucionalizada”: esos eran los términos utilizados en la época para hablar de las reacciones violentas a las situaciones de injusticia y opresión a que se sometía a mucha gente en América Latina. El clero uruguayo fue uno de los que más firmó esa carta, unos 90 sacerdotes de todo el país.

La recepción de Medellín

Por esa carta o por muchos otros motivos los obispos en Medellín adoptaron ese planteo, que por otra parte era objeto de apasionadas discusiones en la Iglesia y en las sociedades de esos años. La comisión que trató la temática de la Paz, presidida por nuestro Carlos Parteli, produjo uno de los más hermosos documentos de la II Conferencia General, a juicio de muchos. Gustavo Gutiérrez, que era experto de la misma, cuenta que en la noche anterior a la votación del texto, el entonces cardenal de Guatemala estaba maniobrando para sacar ese juicio sobre la violencia del sistema. Fue a comunicarle su preocupación a don Carlos, quien lo tranquilizó como responsable de la redacción. El resultado se puede leer en n. 16 del documento homónimo: Si el cristianismo cree en la fecundidad de la paz para llegar a la justicia, cree también que la justicia es una condición ineludible para la paz. No deja de ver que América Latina se encuentra, en muchas partes, en una situación de injusticia que puede llamarse de violencia institucionalizada cuando, por defecto de las estructuras de la empresa industrial y agrícola, de la economía nacional e internacional, de la vida cultural y política, “poblaciones enteras faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política” [PP 30], violándose así derechos fundamentales. Tal situación exige transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras. No debe, pues, extrañarnos que nazca en América Latina “la tentación de la violencia”. No hay que abusar de la paciencia de un pueblo que soporta durante años una condición que difícilmente aceptarían quienes tienen una mayor conciencia de los derechos humanos.

Hoy podrá parecer extraño que se le haya dado tanta importancia a esta cuestión. Ello nos muestra sin embargo la voluntad y capacidad de esos obispos, de esa Iglesia, para confrontarse a los problemas que cuestionaban la conciencia cristiana y ejercer el discernimiento evangélico necesario. Es lo que hoy estamos llamados a practicar de nuevo, frente a otros cuestionamientos, pero siempre con “un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio”, como decía el obispo mártir Angelelli.

Pero la influencia de la PP en Medellín va mucho más allá de esta cuestión precisa para ser una de las principales referencias de la Conferencia. Luego de los textos del Vaticano II, y sobre todo la GS, la encíclica de Pablo VI es el documento más citado, 27 veces. Como dijo muchos años después el actual cardenal Paul Poupard, que fue encargado por el papa Montini de presentar la PP, “el clima era aún el del Concilio”.

Vigencia actual

Poupard es testigo privilegiado de la encíclica. Cuando aquel martes de Pascua tuvo que presentarla a la prensa ya era consciente de su alcance. Tenía 36 años, y era un todavía oscuro oficial de la Secretaría de Estado. Pero Pablo VI l ya le había confiado, al final del proceso redaccional, la tarea de dar los últimos toques a algunas partes así como integrar ciertas correcciones y aportes de último momento. En esa tarea, hace poco recordaba cómo tuvo que hacer varias veces de enlace entre los colaboradores del Papa y el mismo obispo de Roma. Él nos puede decir una palabra autorizada sobre la vigencia de la encíclica. La tomamos de una entrevista de marzo pasado: Esta encíclica social se ha convertido en una brújula de referencia para los dos últimos papas. Baste pensar que en Aparecida, Brasil, como apertura de la Conferencia del CELAM, en 2007 –en la que el entonces cardenal Bergoglio fue el relator del texto final- el papa Benedicto quiso citar, casi como una “consigna” para los delegados a esa reunión, la Populorum progressio. Muchos datos del pontificado bergogliano, desde el comercio de armas a una cierta idea de capitalismo salvaje, al hecho de que la propiedad privada no es un derecho absoluto, nos conectan con Montini y su encíclica. Un texto que habla aún al hombre de hoy. Se trata de un “sismógrafo muy sensible” sobre los dramas de la humanidad y sobre tantos derechos de los pobres que son violados. El papa Montini me preguntó un día cómo había sido recibida la encíclica. “Santo Padre, le contesté, Ud. ha sacudido la conciencia del mundo”. A menudo escucho todavía su réplica: “Es justamente lo que traté de hacer”.