Cacho y Casilda, espiritualidad de lo cotidiano

Margarita Saldaña en su libro “Rutina Habitada, vida oculta de Jesús y cotidianidad creyente” pone de relieve que la vida de Jesús en Nazaret no fue necesariamente oculta, todos sus contemporáneos la presenciaron, ni privada, pues compartió con sus compatriotas los espacios públicos a ellos destinados. Fue cotidiana.

Y por cotidianidad entiende las circunstancias concretas donde se da la vida de una persona o de un grupo enmarcada en las coordenadas de espacio-tiempo; el aquí y el ahora donde emergen entretejidos una pluralidad de elementos: el cuerpo, la casa, la mesa, la proximidad, la distancia, la continuidad habitual, las interrupciones festivas…

Y continúa: “El universo globalmente considerado se va volviendo universo propio a medida que cada sujeto lo habita, se arraiga en un lugar definido de una forma determinada e imprime su personal cadencia de  reiteración y novedad”[1].

Hablar de una espiritualidad de lo cotidiano es pues referirse a cómo un ser humano descubre en sus propias coordenadas de espacio-  tiempo la presencia del Espíritu, y qué relaciones establece con Él.

Referirnos a lo que pudimos atisbar de cómo vivieron esta relación tanto el Padre Cacho como Casilda Aparicio nos sitúa en una doble perspectiva: ver por un lado cuáles eran esas coordenadas que les tocó vivir, y por otro tratar de balbucear, valiéndonos de lo que con ellos compartimos, algo de la riquísima vivencia interior que  manifestaron ya fuera  con sus palabras o con sus acciones y opciones de vida.

Eran tiempos aquellos…

Desde la primera perspectiva, unas breves consideraciones sobre su aquí y ahora, sobre lo colectivo que habitaron y que los habitó en esos años, cruciales para la vida de cada uno de ellos, en que se encuentran con los vecinos de la zona de Aparicio Saravia.

¿Qué contexto eclesial y nacional viven estos entrañables compañeros de camino que compartieron historia y vida con tantos de nosotros, dejando una imborrable huella de seguidores de Jesús y constructores de Reino?

Quienes convivimos con ellos coincidimos en evocar que ninguno de los dos eran personas de  mucho hablar ni de encendidos discursos. Eran seres de lo cotidiano, y allí radicaba su grandeza. Se dejaban interpelar por la realidad que les rodeaba, aportaban, asumían y rumiaban la reflexión comunitaria de las distintas instancias  eclesiales en las que participaban. A la vez vibraban hondamente con los dolores y alegrías de todo el pueblo uruguayo, tanto en tiempos de desgarro institucional y social como fue la dictadura, como también en momentos de esperanza y construcción colectiva como fue el proceso de apertura democrática. Todo esto desde un lugar, elegido libremente y marcado por opciones personales que les fueron llevando cada vez más cerca de los más pobres hasta hacerse prójimo de ellos, hasta hacerse uno con ellos.

Cuando Cacho comienza su peregrinar que lo llevará finalmente a compartir vida y obra con los vecinos de Aparicio Saravia, se vivía aún la etapa de posconcilio en la Iglesia uruguaya; tiempos que recogían la voz de Medellín y Puebla; tiempos de comunidades de base que reflexionan y oran comunitariamente la Palabra; momentos de esfuerzos por unir fe y vida con la guía del Ver, Juzgar, Actuar que marcaba con pasos metodológicos la búsqueda sincera y comprometida de tantas comunidades y familias eclesiales. A su vez la Teología de la Liberación, nacida en el continente americano, ponía el foco de su reflexión en el Jesús histórico marcando que, más allá de toda duda o interpretación, Jesús de Nazaret había elegido el lugar del pobre para proclamar la Buena Nueva del amor universal del Padre, y que quien quisiera acercarse al Evangelio habría de aceptar esta verdad histórica y atenerse a sus consecuencias, más allá de cuales fueran antes o después  sus propias opciones personales.

Campeaban también en la reflexión colectiva del momento las ideas  de Pablo Freire sobre educación liberadora y su pedagogía del oprimido, junto a todo el movimiento de la educación popular. A su vez los tres pasos de la trayectoria de acercamiento a los más pobres: sensibilización, alternancia, inserción forman parte de la propuesta de muchas experiencias eclesiales tanto de congregaciones religiosas como de comunidades laicales. Desde la jerarquía algunos obispos como Mons. Parteli exhortan  a un mayor compromiso de los cristianos en la sociedad y alientan a caminar por esos derroteros. Algunas parroquias, como la zona 9 de Montevideo, incorporan el asesoramiento de técnicos a su labor sociopastoral…

Más allá  de las iglesias cristianas,  en la sociedad uruguaya en general  en la década de los sesenta y principios de  los setenta se genera, junto a una creciente conflictividad fruto del agotamiento de un modelo de país que había logrado hasta ese momento una sociedad integrada y relativamente estable, un vasta gama  de  propuestas para  una sociedad más justa, generadas tanto desde partidos políticos como desde grupos revolucionarios. El país refleja a su modo movimientos más amplios que se están dando en todo el continente.

El golpe de estado de 1973 que dio lugar a la larga dictadura puso una loza de represión y silencio sobre todas estas voluntades de cambio y utopía, las cuales  quedaron latentes y deseosas de poder hacer algo por los demás y en especial por los más pobres. Estos deseos quedaron escondidos en diversos nichos de la sociedad y desde allí se pasaron a la nueva generación. Muchos movimientos juveniles de colegios, grupos eclesiales o agrupaciones de la sociedad civil recibían este legado desde las entrañas mismas de la resistencia a la dictadura y se mostraban deseosos de poner tras él cuerpo, corazón y mente.

La búsqueda de Cacho

En este humus social y eclesial se inserta la búsqueda personal de Cacho, búsqueda que se remonta según su propia declaración a su más tierna infancia. Siempre había buscado a Jesús y siempre había buscado a los más pobres…”pero no encontraba la manera…” ¿Dónde se daría el encuentro? ¿De qué manera disponerse? ¿Cómo colocarse para reconocerlo y responder desde lo más auténtico de sí mismo  a esta cita con su vocación más profunda?

Sabemos de su largo periplo, de las fronteras que fue cruzando: su vocación salesiana, su trabajo con los jóvenes, su experiencia en Rivera de acercamiento e inserción en un barrio marginal, su venida a Montevideo donde es acogido por Monseñor Parteli quien no sólo lo apoya sino que manifiesta su deseo de que más sacerdotes sigan ese camino… su  llegada a la Parroquia de Possolo donde también encuentra un ambiente de  búsqueda y compañeros sacerdotes que lo alientan, y nuevos pasos: el grupo de jóvenes en el Plácido Ellauri, la presencia de Dora quien fuera su inspiradora y guía en estos sus primeros pasos de hacerse vecino, prójimo, de los habitantes del barrio, el desalojo de los vecinos del cantegril, el desafío de uno de los jóvenes que obra como acicate de lo que venía buscando: irse a vivir con ellos, como uno de ellos…

Su caminar nunca se detuvo, pero ahora sabía que ponía los pies sobre el camino que siempre había buscado. Era allí, por esa senda que iba roturando, y era con ellos y como ellos. El paso siguiente lo diría el nuevo día, el sol cotidiano alumbraría la labor de cada jornada. Seguía buscando, pero había encontrado el campo que escondía la perla preciosa por la que valía la pena vender todo lo demás.

El paso más profundo lo da cuando decide compartir con los vecinos su cotidianidad: los días y las noches, la dura lucha por la supervivencia, el salir con el carro a recoger  basura para vender lo que se puede, participar de sus rutinas, sus rituales, aprender su lenguaje, sentir realmente sus alegrías, sus temores, descubrir lo que juntos pueden… “Él quiso sentir con nosotros el frío, las goteras, pero también el calor humano”[2].

Los desconcertados vecinos lo recibieron con una mezcla de sorpresa y perplejidad. Pero rápidamente lo fueron invistiendo con su confianza: valía la pena fiarse de este cura que “hacía lo que decía”, o que hacía más de lo que decía. De este cura que compartía con ellos el frío, la carencia, el trabajo, las razzias, pero también los sueños, los deseos, esos anhelos profundos que a veces ellos mismos no se atrevían ni a  confesar que los tenían. “Nos enseñó a creer en nosotros mismos”, decía tiempo después uno de ellos recordando lo que fue Cacho para el barrio. “Dice que Dios está entre nosotros, él lo ve…”, decía otro con cara de asombro y brillo en los ojos.

De sus apuntes personales, oraciones de la última hora cuando ya estaba culminando su vida pero que la expresan en su mayor transparencia copiamos aquí una de ellas que lo expresa muy bien:

Me diste / un corazón/ sensible/ apasionado /ingenuo/ y humilde/ irresistible/ al dolor/ de la gente/ vibrante/ por la Esperanza/ el Reino/ la hermosura/ en sonidos/ colores o formas/ gestos o actitudes.

Soñador/ y siempre/ queriendo llegar/ al horizonte.

Gracias/ mi Señor/ que yo/ no lo entierre/ sino que lo ponga/ en todos/ y en todas las cosas/ sin robártelo/ a Ti” (1991)[3].

Cacho nunca fue solo

Sin proponérselo tal vez, Cacho nunca estuvo solo. La autenticidad de su búsqueda y la profunda veracidad de su actuar imantaron rápidamente a muchas otras personas de ese rico contexto al que antes aludíamos. Lentamente fueron afluyendo voluntarios de muchos lados, de grupos eclesiales, de otros espacios de la sociedad civil, los deseosos de “hacer algo” por los demás, por los más pobres, por la justicia… Se encontraban con su presencia amable, con su sonrisa tímida, con unas pocas palabras que obraban como consigna indiscutida: “dejar fuera los propios esquemas, ponerse a la escucha de los vecinos que son quienes saben lo que necesitan, lo que pueden dar, lo que piden que se les aporte. Hay que  aprender de ellos y con ellos…”  No había más  preguntas ni condiciones, todos eran bienvenidos a sumar en ese esfuerzo cotidiano por acercar mundos y personas para juntos lograr una mayor humanización y una sociedad más justa.

Casilda, otra buscadora

Casilda fue una de esas personas que se acercaron al barrio queriendo “hacer algo”. Llegó con un grupo de jóvenes de la Residencia Universitaria de la Institución Teresiana de la que ella era la directora. También la I.T. participaba de la búsqueda de acercamiento al mundo de los pobres y trataba de crear en las jóvenes que se preparaban para una profesión una sensibilidad  primero, un compromiso después con esa realidad.

Pero el compromiso de Casilda fue creciendo. Pasó rápidamente a integrar el grupo que más cotidianamente compartía con Cacho la reflexión y las búsquedas. También ella sabía de cruzar fronteras. Ya había cruzado el Atlántico para venir de su España natal e inculturarse en el Uruguay donde en pocos años se había insertado en su cultura al punto de parecer nacida en él. También se había inculturado en la Iglesia uruguaya y en su modo propio de vivir y expresar la fe.  Ahora, lentamente y mientras acompañaba jóvenes voluntarias/os ella se fue haciendo una con el barrio. Escuchaba, acompañaba, aprendía, aportaba desde lo más profundo de su ser. Compartía con Cacho  esa actitud contemplativa de situarse ante la realidad del barrio y de los vecinos como ante un Misterio. No misterio como enigma sino como una luz interior que se va desvelando poco a poco para dejar entrever una realidad mayor que no aparece a simple vista. Y esa realidad mayor refiere siempre al Amor de Dios presente y operante en la cotidianeidad de cada día y que en esa realidad reviste un matiz propio.

Así lo revela un escrito que Casilda dejara entre sus papeles como fruto de su oración personal de aquellos años:

“No puedo verme sola sin mis hermanos. Señor, ¿por dónde me llevas? Me confirmas en la experiencia del barrio en la que Tú me has ido metiendo, apasionando, integrando mi historia y la de mis hermanos.

Siento, experimento que te  veo más y que me ves más. Mi vida está contigo, síntesis de búsquedas incansables por vivir el Evangelio en la Institución Teresiana con el estilo de estar entre los hombres propio de su carisma” (1998).

Casilda fue al barrio, y permaneció. Con serenidad, con apertura, con dolor muchas veces, con un corazón generoso que a todos acogía. También ella se fue haciendo prójima y vecina. Hasta que un día cruzó una nueva frontera y se fue a vivir allí para animar el Hogar de las Niñas Santa Clara, un lugar donde chicas de la zona, que por alguna razón no pudieran estar con sus familias, encontrarían un hogar, sin tener que alejarse de su medio y manteniendo el contacto con sus familias de origen. Pero desde allí Casilda además animaba toda iniciativa que surgiera desde los vecinos, reforzaba presencias en los diversos servicios que iban surgiendo, colaboraba en la formación de redes entre experiencias similares.

Después de  la muerte de Cacho Casilda permaneció manteniendo junto a los vecinos  y colaboradores que constituían la Organización San Vicente, hoy Obra Padre Cacho, la actitud y manera de estar que de él todos habían aprendido.

Los  tiempos habían cambiado, era la hora de los convenios con el Estado, una nueva manera de  organizar los servicios que el barrio requería. Pero una misma actitud, una misma manera de situarse ante los vecinos. Una misma manera de vivir la espiritualidad de lo cotidiano porque la vida para ella tenía siempre la primera palabra, y la última.

“Es la vida…”

 “Es la vida…” era una de sus frases más repetidas cuando algo le golpeaba fuerte, fuera alegre o doloroso, y sobre todo si era algo que se imponía y que ella no acertaba a comprender del todo. La vida es misterio revelado, porque es en sí el mayor misterio. Eso lo decía y muchas veces lo callaba, pero lo trasmitía desde el silencio. Un silencio que quienes la rodeaban habían aprendido a leer y a interpretar porque su mejor palabra era lo que ella era.

Así también vivió el tiempo de su enfermedad final, en el que continuó siendo asesora y referencia de personas y organizaciones con las que había colaborado activamente y que la buscaban deseosas de recoger su sabiduría y su testimonio.

¿Qué podemos sacar como fruto de la evocación de estos dos testigos de una espiritualidad de lo cotidiano? Testigos de una espiritualidad vivida al hilo de los acontecimientos de cada día, los cuales no revelan largas trayectorias pero sí alumbran el paso siguiente de un impulso que nace en lo más profundo del corazón y que lleva a salir de sí, a cruzar fronteras, a acercar mundos. Creo que podemos decir que ese mismo Espíritu que los impulsó a ellos sigue soplando en el mundo y en la Iglesia, que la misma realidad de pobreza -con nuevos rostros y desafíos- sigue presente en nuestra historia, y que existen también hoy muchas personas de buena voluntad con ese deseo de “hacer algo” que lleva a dar pasos y cruzar fronteras. Por eso el legado de Cacho y Casilda sigue vivo entre nosotros.

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[1]   Margarita  Saldaña, op. cit. Ed. Sal Terrae, Cantabria, 2013, pg. 23

[2]   Gladys Lucas, en: Mercedes Clara. Padre Cacho. Cuando el otro quema dentro. Trilce, Mvdeo, 2012. pg. 39.

[3] Ruben Isidro Alonso (padre Cacho). Encuentro. Una mística del compromiso. Mercedes Clara y Adolfo Amexeiras compiladores. Organización San Vicente, Obra Padre Cacho, Montevideo, 2015, pg. 40-41.