El miedo a la misericordia

Para parafrasear a Fromm, como es evidente. Usamos esta expresión, además, para hablar sobre algo muy preocupante que está sucediendo en la Iglesia, sin desconocer que pasa igual o en mayor grado en nuestra sociedad. Veamos.

Suponemos que todos hemos registrado que uno de los acentos mayores en el pontificado de Francisco está siendo, desde el comienzo, esa insistencia que él pone en hablar, comunicar su convicción, animar a reconocer, anunciar, testimoniar la misericordia de Dios. Su convocatoria a celebrar un Año santo de la misericordia, a partir del próximo 8 de diciembre, va por supuesto en ese sentido, como él mismo lo dice: “Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre(en el n. 3 de la Bula “El rostro de la misericordia”).

Ahora bien, una cosa que llama mucho la atención es la resistencia que esta persistente invitación del obispo de Roma levanta en el seno de la Iglesia. Y no solo por parte de anónimos cristianos y cristianas, sino también de personajes conocidos e importantes en ella. Algo que pudo comprobarse en el último Sínodo. Parece que el mensaje de Francisco (y antes, de la propia Sagrada Escritura) contiene peligros diversos y sobre todo hace sentir inseguros a poderes y controles varios. De ahí lo del “miedo” del título, tantas son las advertencias y aclaraciones sobre el asunto.

Pongamos un ejemplo: ¿cómo van a pretender ser objeto de la misericordia de Dios, dicen estos, los divorciados vueltos a casar que no se arrepienten y deciden a dejar de vivir en ese estado? Así lo han repetido y siguen reiterándolo, recordándolo una y otra vez, quienes creen defender al amor de Dios contra la amenaza del “buenismo”, como dicen, o de un “mangaanchismo”, diríamos, que no respeta la verdad (mejor si es con V mayúscula).

Hace pocos días vimos un breve video de un sacerdote español, al parecer con bastante predicamento en su tierra, que alertaba sobre “la falsa misericordia de Dios y sus consecuencias” (sic, suponemos que lo de “falsa” no es por Dios, sino por los que la presentan mal). Para él, pero son muchos y muchas en esa línea, la garantía estaría entonces en no dejar de aclarar cada vez que sí, está bien la misericordia de Dios, pero siempre que nos arrepintamos y nos comprometamos a cambiar. Y aclaraba, en medio de protestas de amor y adhesión al papa, que “quien avisa no traiciona”, porque las amenazas de cisma en la Iglesia son ciertas, apenas nos dejemos llevar por la onda de la “falsa misericordia”. Sería bastante grotesco hablar de un “cisma de la misericordia”…

¿Por qué este temor? Por qué esta resistencia a aceptar que la misericordia de Dios es lo primero de lo primero, y no hay que andar con la preocupación constante de agregarle inmediatamente “sí, pero…”. Para nuestra desgracia, la educación en la fe que hemos recibido se ha centrado no en el amor de Dios, en su misericordia que se nos regala siempre, sino en nuestro pecado. Razonamos desde allí, y reproducimos esa lógica en muchas cosas más. Por ejemplo cuando no logramos, aun en documentos muy oficiales, afirmar nuestra fe y gratitud por la encarnación del Hijo de Dios sin aclarar muy ortodoxamente, “menos en el pecado”. No fue así la manera en que nos transmitieron esa fe las primeras generaciones cristianas, como lo escuchamos de manera muy gráfica en los días de la Navidad: relato del nacimiento en Belén por Lucas (pero otros dicen que un ángel le aclaraba a los pastores, y luego a los magos, “miren que se hizo hombre sí, pero menos en el pecado”). O también en el famoso himno de la carta a los Filipenses 2: Pablo no estuvo fino para agregar la precisión y le pareció bien dejar nada más que “adoptó nuestra condición”.

En fin, no es nuestra intención polemizar para pasar el rato. Nos preocupa, y mucho, que este mensaje que Francisco expresa de mil maneras, por activa y pasiva, con palabras y gestos elocuentes, y que es un limpio alimento de esperanza para las angustias de muchos en nuestros días, dentro y fuera de la Iglesia, quede filtrado por el miedo de que tal vez estemos dejando algo por el camino. Nos parece que aquí está una de las mayores contribuciones de este papa, la que hará seguro que su servicio quede en la historia. Por supuesto que todos estábamos al tanto de que nuestro Dios es “compasivo y misericordioso”, pero en una de esas no nos animábamos demasiado a aceptarlo con simplicidad, y sobre todo no nos atrevíamos a hacerlo centro de nuestro mensaje, sin todos esos agregados prudentes. Es que ello nos obliga a olvidarnos un poco de nosotros, a no mirarnos tanto el ombligo para alabarnos o denigrarnos, y sí mucho más a los demás, para ser “misericordiosos como el Padre”.

Pero no es la nuestra una preocupación que tenga que ver solo con la Iglesia. Estamos convencidos (¿estamos?) que la humanidad necesita de la misericordia como del agua. Toda la creación, más bien. Por eso que quienes tienen la grandeza de practicarla, aún en medio de situaciones muy comprometidas, oxigenan tanto la vida de todos, causan tanta admiración (pero no tanta imitación) y aportan tanto más allá de todo cálculo costo-beneficios. Para terminar, traemos dos ejemplos de nuestros días, cuando escribimos estas líneas.

El primero tiene que ver con los atentados de París. Muy probablemente hemos leído ya las palabras escritas por Antoine Leiris, ese joven padre cuya esposa fue asesinada en el Bataclan. Repetimos el párrafo más conocido: “le has robado la vida a un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero no tendrás mi odio… no tendrás jamás el odio de mi hijo”. ¿Por qué será tan difícil una reacción como esta? ¿Por qué, en nuestras sociedades, si albergamos sentimientos y actitudes de este tipo para quien nos ha hecho o nos hace mal, parece que se estuviera negando todo lo que es correcto? ¿Solo será posible adscribirse a la lógica del tenés que pagar en el mismo nivel de lo que hiciste? ¡Qué abismo entre “declarar la guerra” y ese “no tendrás mi odio”! ¿Que no es posible definir una política sobre la base de la misericordia, o como se quiera decir, seamos realistas? Está por verse. Y por intentarse.

Y el otro ejemplo viene del mismo Francisco con su decisión de visitar la República Centroafricana y su capital Bangui. Contra muchos consejos y pedidos en contrario, todos ellos atendibles. En verdad nos sentimos orgullosos de pertenecer a la misma comunidad de ese cristiano llamado Jorge Bergoglio. Le damos gracias a Dios por la fuerza de su fe para poner por encima de su misma seguridad la solidaridad fraterna con esa gente, entre los más pobres de la tierra, sometida además a violencia y enfrentamientos mortales. Hermosa y esperanzadora señal. Realzada por la iniciativa inesperada de abrir la primera “puerta de la misericordia” del Año santo en la propia catedral de Bangui, anuncio de otro camino posible, de fecundidad incalculable. En palabras del obispo de Bangassou, el andaluz Juan J. Aguirre: “Ojalá que Francisco nos ayude con un nuevo itinerario que nos saque de esta violencia infernal. O, simplemente, que nos abra la puerta del Jubileo de la Misericordia en la catedral de la Inmaculada Concepción de Bangui para que, pasando por ella, Jesús nos recoja, cual Buen Samaritano, nos cure y nos lleve a la posada de la reconciliación”.

Queremos sumarnos a esa esperanza en estos días en que celebramos que “por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visita el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Benedictus). Con lo que deseamos muy feliz y renovadora Navidad a todas y todos, y hasta el año que viene.

La Redacción

P.S. Queremos además pedir disculpas por la demora en la salida de este número (era para noviembre). Algunos imprevistos y un factor al mismo tiempo limitante y feliz son la explicación. Resolvemos este aparente acertijo anunciando, para quienes aún no lo saben, que nuestra compañera Magdalena Martínez (Male), junto con su esposo Manuel han vivido hace poquito la gran alegría del nacimiento de su primera hija, Micaela. Cosa que todavía estamos celebrando, pero que explica también que la mamá tuvo una participación más reducida que lo habitual en la hechura de esta edición de “Carta Obsur”.