Espiritualidad y educación para un nuevo imaginario

Número 43 – Por Rosa Ramos 09/2015

 

Como siempre, disfruto mucho con esta posibilidad que me brinda Obsur de compartir con tantos lectores algunas ideas, intuiciones, sueños y búsquedas. Esta vez en torno a un tema tan vigente y urgente, en el cual muchos teólogos venían trabajando pero que ahora el papa Francisco lo ha hecho suyo –y de toda la Iglesia- a través de “Laudato si’”.
La soberbia nos hunde
Ecología y espiritualidad. Espiritualidad ecológica. Espiritualidad para un nuevo tiempo. Espiritualidad encarnada en un mundo en crisis. Crisis ecológica, oportunidad histórica para el cambio. Posibles títulos que fui manejando y, al final, decidí el que tienen porque creo que para el cambio necesitamos un nuevo imaginario, un nuevo horizonte, y aún es tiempo. Como dice Casaldáliga, “es tarde, pero es nuestra hora… es tarde, pero es madrugada, si insistimos un poco”.
No cabe duda que estamos en una crisis ecológica que nos precipita hacia la muerte mientras consumimos y nos divertimos como un fin en sí mismo, con una inconsciencia que no es inocencia, sino empecinamiento y soberbia. Hace más de una década Edgar Morin dio una conferencia en Buenos Aires que tituló “Estamos en un Titanic”. Pero seguimos avanzando hacia allí, y de hecho gran parte de la humanidad, la que mal vive en las bodegas de este magnífico barco -nuestro planeta-, muere día a día de modos infames. El papa no sólo ha descrito la situación, ha denunciado las causas, “nos ha despertado del sueño dogmático”, parafraseando una famosa sentencia.
Mientras continuemos afirmando –a veces lo rechazamos con palabras pero lo reforzamos con nuestras acciones- este paradigma hegemónico que atenta sin piedad contra la vida, la humana y la del planeta [1], seguiremos avanzando hacia la catástrofe y el abismo, donde ya no sólo perecerán las víctimas propiciatorias de siempre.
Pero aún podemos salvarnos. Laudato Si’ presenta, entre tantas virtudes, la esperanza y la confianza en un cambio de rumbo de la humanidad. Sin esperanza no hay cambio, quiero apostar a esa carta, decía respecto a este mismo tema en 1989 Hans Jonas, al recibir en Alemania un premio por su obra [2]. No se trata –decía también- de una esperanza luminosa, sino de una modesta esperanza, basada en la responsabilidad que como humanos podemos asumir. Muchos años han pasado, la situación no ha mejorado, ha empeorado, pero Francisco insiste en la esperanza, apuesta también a esa carta, y nos convoca a todos a la responsabilidad con la casa común.
La confianza y la esperanza son virtudes claves en la espiritualidad humana, y por supuesto en la cristiana. Pero justamente por ser virtudes son exigentes, -virtud etimológicamente viene de viril, fuerte-.
Podrá salvarnos la humildad 
No se trata de “confiar en Dios” y seguir haciendo lo mismo, ni de “esperar sentados” las soluciones mágicas; el cambio de rumbo, el giro a tiempo de nuestro Titanic, exige grandes esfuerzos: autolimitación voluntaria de la extracción de materia prima, de la producción y el consumo; exige que pongamos límites a nuestro disfrute egoísta, pide simplicidad de vida… En suma, exige “metanoia”, “conversión”, humildad.
Es necesario desocultar y romper con un paradigma que lleva dentro un germen de muerte, aunque aparentemente goza de buena salud -la fiesta de la abundancia continúa para muchos y tiene seductoras propuestas aún para más-. Pero no es fácil esa humildad y esa conversión.
Acá, a mi juicio, entra necesariamente la espiritualidad, esa dynamis que viene de Dios, esa fuerza motivadora –que podemos acoger o no-. La conversión requiere un llamado fuerte a la vida, un grito como el de Jesús al amigo muerto: “¡sal fuera!”. Un llamado que nos despierte de nuestra somnolencia complaciente, y sintonice con esos deseos hondos de vida abundante para todos. Entonces algo se mueve dentro, una fuerza interior como un viento que limpia, y se desata una fuerza insurgente, revolucionaria, inexplicable, como de resurrección, en términos cristianos.
Ahí sí, con esta fuerza espiritual podemos detenernos y tomar la decisión de girar el Titanic (siguiendo la metáfora de Morin) para no estrellarnos y perecer. Porque, volviendo al poema de Casaldáliga: “es tarde, pero es todo el tiempo que tenemos a mano para hacer el futuro…”.
Cambiar de rumbo, elegir la vida, de eso se trata. Creer que se puede, hacer que se pueda. Trabajar con energía en una nueva dirección movidos por el viento de la conversión y teniendo como horizonte de esperanza un nuevo imaginario, que sea brújula en los mares oscuros e inmensos, y mapa o bosquejo al menos de la nueva orilla a la que nos dirigimos.
Y un nuevo imaginario
Los medios masivos de comunicación con su bombardeo nada inocente, la cultura de la velocidad, la vida no en “rose” sino en el rojo vivo, nos limitan hasta el derecho de imaginar lo diferente, pero aún podemos, con esa fuerza insurgente, construir un mapa de ruta distinto. Y de hecho, ya existen propuestas en este sentido, propuestas contraculturales. Aparecen como fueguitos diferentes en distintas latitudes, desafiando la creatividad, buscándose, tendiendo puentes, encontrándose.
A modo de ejemplo, en Europa se expande un nuevo imaginario social llamado “Teoría del Decrecimiento”, en tanto en América Latina se promueve la sabiduría indígena del “Sumak kawsay”. Son imaginarios contraculturales, frente a la cultura individualista, e hiperconsumista [3], que desarrolla nuevas subjetividades competitivas, violentas y temerosas [4], promueven los valores de cooperación y reciprocidad, de respeto a la naturaleza, a las diferentes culturas, y a todas las formas de vida.
Proponen detener “el crecimiento por el crecimiento”, puesto que esta pauta de “desarrollo” ha demostrado su irracionalidad y falta de ética, despreciando la vida en todas sus manifestaciones y los valores humanistas como ternura, cuidado, solidaridad, fraternidad. Ambas alternativas proponen unir economía y ética, a fin de que el desarrollo humano e integral sea la brújula orientadora del cambio de rumbo.
Ambos imaginarios tienen sus adeptos, y no sólo en la teoría, sino seguidores en la práctica que asumen la simplicidad voluntaria, la austeridad de vida, el compartir, y prefieren la celebración de la vida antes que la competencia y la destrucción. Muchos ya intentan promover y vivir según “las ocho R (erres)” [5] o de acuerdo al “buen vivir” [6] que supone integración y armonía en base a nuevos vínculos consigo mismo, los demás, las cosas, la naturaleza y Dios.
Claro que vivir con estos valores contraculturales exige una espiritualidad fuerte y compartida, un discernimiento, y una disposición a la desposesión y al aprendizaje continuo. Supone también atrevernos a una nueva educación, de modo de convocar a vivir estos valores desde pequeños.
Todo lo dicho hasta aquí en realidad ha sido un preámbulo, un poco largo tal vez, a lo que quería compartir con ustedes como ejemplo claro de la espiritualidad y la educación que creo debemos cultivar en nuestros niños y jóvenes.
El vino nuevo pide odres nuevos. Hacernos cargo del futuro del planeta, de las futuras generaciones que tienen derecho a la vida y la vida digna y abundante, exige una nueva educación en la sensibilidad y la grandeza de alma que nos permita ser realmente sabios y buenos.
Esa nueva educación que nos urge, es muy simple y accesible en todas partes, los recursos didácticos son “gratuitos”. Sí hacen falta buenos pedagogos, como este padre, que sin duda lo es, capaz de escribir esta carta a su hijo, a todos los hijos. Con ella los dejo, por sí sola es más que elocuente:
Hijo mío: 
Tanto tiempo sin mirar la vida, sin escuchar lo que busca enseñarnos, ciegos a la sabiduría que nuestra arrogancia no permite hallar.
Tanto tiempo sólo viendo y oyendo lo que nos impone la tirana razón (ilustrada e instrumental), ya es hora de volar a la vida y abrir las puertas del corazón.
La sabiduría no está (sólo) en la razón, al corazón hay que dejar hablar. Ya es tiempo de empezar, hijo mío, desde la ternura a CORAZONAR.
Qué profunda es la sabiduría que está escrita en el libro de la vida, ya es hora de empezar a leerlo con pasión, ternura y alegría.
Muy poco te ayudan las teorías para que en la vida en verdad te realices, tanta razón (ilustrada e instrumental) no nos ha hecho mejores ni ha podido hacernos más felices.
Aprende pues a mirar lo que la vida enseña, escucha ya la sabiduría que en ella se encierra.
Aprende lo que te dice la luna, va creciendo hasta ser luna llena, su sendero de luz nos enseña que no hay sombras ni noches eternas.
Aprende de las mariposas, el milagro de la transformación, descubre que hasta una fea crisálida guarda colores en el corazón.
Aprende de la vía del agua, es profundo lo que nos quiere enseñar, nace de una gota de luna y sabe que su destino es ser mar. Nada tan frágil ni tan poderoso en su cristalina belleza, su fluir al océano te enseña que nuestro destino es también la grandeza.
La sabiduría del árbol te enseña que para soportar cualquier vendaval debemos tener fuertes las raíces, igual es, hijo mío, con la identidad. La montaña te enseña en silencio que para alcanzar las cumbres de la vida debes luchar con esfuerzo, con coraje, pasión y alegría. Si quieres ser libre véncete a ti mismo, no te quedes parado al filo de la vida, corre riesgos, busca lo imposible que la vida está para ser vivida.
Procura de todo y de todos con profunda humildad aprender, pues si hasta la hierba crece cómo podemos negarnos a crecer.
Todo cambio empieza en uno mismo, cambia entonces tu vida primero, pues no puedes ser luz de los otros si no hay luz en tu propio sendero.
Aprende, pues… Mira el mundo con ojos de mago, cabalga en las alas de la fantasía, ábrete al azar, a lo imprevisible, no pierdas tu capacidad de asombro ante el bello milagro de la vida. Mantén encendido el fuego de la magia de los sueños, milita por la ternura y la alegría, haz parir estrellas bailadoras, sé cazador de nuevas auroras.
No dejes que te impongan tu vida, lucha siempre por ser tu propio dueño, no hipoteques en nombre del poder (que tiene distintos nombres) el poder constructor de tus sueños.
Nunca olvides que la ternura, la esperanza, el amor, la alegría, son fuerzas insurgentes para cambiar la historia y la vida.
Si hay problemas no te encierres en ti mismo, pues nuestra fuerza no está sólo en nosotros, pide ayuda, descubre que el poder está en el amor que das y que recibes de los otros.
Si alguien necesita de ti sé generoso, ofrécele tu corazón, dale tus manos. No olvides que el mayor reto que tienes, hijo mío, es construirte como un digno ser humano.
Aprende pues… Sólo raíces y alas a tus hijos procura heredar, raíces para que sepan quiénes son y alas para que puedan volar. Ábreles el corazón, que les conmueva el dolor, la injusticia, las cosas bellas, ayúdales a andar por la tierra y a volar también por las estrellas.
Que el poder de los cuatro elementos que tejieron la trama de la vida, viva siempre en tu corazón y te dé luz, fuerza y alegría. Cristalino sé como el agua, pon en todo la pasión del fuego, generoso sé como la tierra, vuela siempre libre como el viento.
Aprende pues a mirar lo que la vida enseña, escucha ya la sabiduría que en ella se encierra. 
Patricio Guerrero Arias, antropólogo y artista ecuatoriano. [7]
Notas:
[1] Rebellato, José Luis. Ética de la liberación. Multiversidad Franciscana de América Latina y Nordan comunidad. Montevideo, 2000.
[2] Jonas, Hans, El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Herder. Barcelona 1995. (laprimera edición en alemán fue en 1988)
[3] Lipovetsky, Gilles. La felicidad paradójica. Editorial Anagrama. Barcelona, 2007
[4] Rebellato, op. cit.
[5] Serge Latouche es un economista francés, ideólogo de la teoría del Decrecimiento, propone comenzar el cambio de paradigma poniendo en práctica las 8 R: revaluar, reconceptualizar, reestructurar, relocalizar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar.
[6] Es interesante como ha sido acogida también en Europa esta propuesta de la sabiduría indígena y las universidades organizan congresos, seminarios y hasta cursos de verano con esta temática.
[7] Texto tomado de la revista Diálogo Indígena Misionero. Coordinación Nacional de Pastoral Indígena (CENAPI). Julio 2012, nº 69. Asunción, Paraguay.