Luteranos y Católicos con el corazón en la mano
Francisco y los 500 años de la Reforma

Los observadores luteranos y católicos, casi unánimemente, han saludado la participación del papa Francisco en el inicio de la conmemoración del V centenario de la Reforma protestante, como un mojón decisivo en el camino hacia la unidad de los cristianos. Es cierto que quienes se están oponiendo al obispo de Roma por “protestantizar la Iglesia católica romana”, también han criticado vivamente este gesto fraterno. Pero no es menos cierto que las relaciones entre la diversas Iglesias cristianas están pasando por un momento especialmente esperanzador para todos los que desean, buscan y piden al Señor la unidad. Y en esta bonanza ecuménica hay que reconocer la influencia del “estilo Bergoglio”.

Un camino que no comienza ahora

La sensibilidad ecuménica y los primeros y tímidos pasos para superar, en el caso del Protestantismo, la secular división y enfrentamiento con la Iglesia de Roma, dieron comienzo a fines del siglo XIX por obra de providenciales y muchas veces incomprendidos pioneros. Ese camino trabajoso recibió un impulso decisivo con el Vaticano II y su Carta del diálogo, el decreto Unitatis redintegratio (El restablecimiento de la unidad). A los 50 años de su promulgación, los cristianos recogemos este fruto con alegría y gratitud al Señor Jesús.

No todo han sido sin embargo rosas en este camino, y después de una primera etapa en la que se confiaba avanzar con rapidez, llegaron los inevitables problemas, las inercias recobraron su influencia y no fueron pocos los que pensaron que se había vivido una especie de sueño. Muchos persistieron pacientemente, conscientes de que prejuicios y prácticas de siglos no podían ser superados en poco tiempo. De hecho, ese esfuerzo constante, en que cada Papa del post-concilio jugó un papel a veces poco conocido, dio un fruto capital en las relaciones con la Reforma con la firma, el 31 de octubre de 1999, de la Declaración conjunta católico-luterana sobre la Justificación, la principal cuestión de desacuerdo histórico.

Pero aún con esos avances tan significativos, el camino de la unidad necesita siempre del encuentro humano, de la voluntad de acercarse para conocerse mejor, para superar prejuicios e imágenes incorrectas. En los niveles más “oficiales” de las Iglesias y tal vez sobre todo en las comunidades. Y esto depende en buena medida de los signos que envían quienes tienen mayor responsabilidad. En este sentido, con todo lo indispensable que ha sido y es el paciente rigor teológico de Benedicto y la enorme contribución de Juan Pablo II con sus iniciativas inesperadas y generosas, la actual hora de Francisco parece traducirse, de acuerdo con su personalidad tan especial, en lo que él mismo llama “el ecumenismo (cultura) del encuentro”.

Ecumenismo del encuentro, del corazón

Comentaristas y analistas tanto reformados como católicos están opinando que esta actitud desprejuiciada, muy fraternal, que resalta sin cesar lo que es común (Jesucristo, el bautismo, los mártires, los pobres) es lo que necesitaba el camino ecuménico en este tiempo, para sacudir otra vez los espíritus. Y el gesto del pasado 31 de octubre en Suecia, al comenzar el año jubilar de la Reforma, ha tenido ese significado y poder. “Los católicos no tenemos por qué celebrar”, había dicho hace un tiempo el cardenal Müller. A Francisco parece importarle poco ese tipo de cuestiones o pruritos y sencillamente le importa estar con esos hermanos cristianos para compartir su celebración. Se podría decir que Francisco ha retomado y está profundizando la manera de vivir el diálogo ecuménico de Juan XXIII, una especie de “ecumenismo del corazón”, tal vez el más adaptado y necesario para el actual momento, cuando el diálogo más institucional y teológico ha dado ya una serie de preciosos frutos, pero estaba precisando otra vez más calor. El abrazo con el Patriarca Kiril de Moscú, sin pararse a mirar que para ello necesitaba la ayuda del gobierno comunista de Cuba, ya había sido un signo, y no el primero, de ello.

Pero para decirlo con palabras del mismo papa Bergoglio: “A mí me surge decir solo una palabra: acercarme. Mi esperanza y mi expectativa son las de acercarme más a mis hermanos y hermanas. La cercanía hace bien a todos, la distancia sin embargo nos hace enfermar. Cuando nos alejamos, nos cerramos dentro de nosotros mismos, y nos convertimos en mónadas, incapaces de encontrarnos. Nos hacemos presa de los miedos. Se necesita aprender a trascender para encontrar a los otros. Si no lo hacemos, también nosotros cristianos nos enfermamos de división. Mi expectativa es la de conseguir dar un paso de acercamiento, estar más próximo a mis hermanos y a mis hermanas que viven en Suecia” (entrevista realizada por el jesuita sueco Ulf Jonsson: ver https://lavidacarcax.blogspot.fr/2016/10/entrevista-al-santo-padre.html)

A esto se puede agregar una muy interesante observación del historiador y analista italiano Alberto Melloni: “En realidad, lo histórico del gesto de Lund no reside tanto en hacer algo ‘nuevo’ a la luz de las cámaras, sino en demostrar que en el fin del mundo latinoamericano, donde la teología europea vio a menudo diletantismo y peligros, una Iglesia había conservado vivas y vitales las mejores semillas del Concilio y del siglo XX. Y entre esas semillas, el ecumenismo. Un movimiento que en Occidente se estaba marchitando entre cortesías de los jefes y negociados de los teólogos […] La semilla ecuménica que Francisco vuelve a colocar en el centro de la atención era y es diferente: no compromisos tejidos a la sombra de las relaciones de fuerza, sino el deseo de experimentar que también la Iglesia puede vivir una unidad como tensión que sin cesar la reforma y la reúne“.

Comunión en el cuerpo del pobre, en la sangre de los mártires

“En Lund, prosigue Melloni, el papado de Francisco retoma el hilo de aquella búsqueda a partir de una dimensión del Cuerpo de Cristo que es el Cuerpo del pobre. Allí mismo donde para Roma se daba para Roma la máxima asimetría en la relación con el Oriente y con los Protestantes, Francisco reinventa un ecumenismo en el cuerpo del pobre y del refugiado. Esto, que será uno de los contenidos de la declaración común firmada por el Papa de Roma y el presidente de la Federación Luterana Mundial (FLM) puede tener dos significados. Uno, encontrar una vez más el modo de evitar el problema de fondo, o sea, cuánta unidad doctrinal se necesita para poder celebrar la misma eucaristía. O dos, un modo para abrir ese capítulo a partir de un cuerpo en el que hay una presencia real de Cristo. En espera de que esa sumisión a la verdad cristiana inspire otro Viento que dé a la Iglesia la unidad que no sirve para adelantar pretensiones más duras sino para mostrar al mundo que es el soplo del perdón el que impide el derrumbe de bajo el peso de la crueldad y de la indiferencia humana”.

Y de manera hermosa, dice el Papa: “Mira, en el ecumenismo el único que nunca comete un error es el enemigo, el demonio. Cuando los cristianos son perseguidos y asesinados, lo son por ser cristianos, no por ser luteranos, calvinistas, anglicanos, católicos u ortodoxos. Existe un ecumenismo de sangre. Recuerdo un episodio que me ocurrió con el párroco de la parroquia de San José de Wandsbek, en Hamburgo. Llevaba la causa de los mártires guillotinados por Hitler porque enseñaban el catecismo. Los guillotinaron uno tras otro. Tras los dos primeros, que eran católicos, asesinaron a un pastor luterano condenado por la misma razón. La sangre de los tres se mezcló. El párroco me dijo que era imposible continuar con la causa de los dos católicos sin incluir al luterano. ¡Su sangre se había mezclado!

También recuerdo una homilía del Papa Pablo VI en Uganda en 1964, en la que mencionó la unidad, católicos y anglicanos mártires juntos. Tuve estos pensamientos cuando, también yo, visité Uganda. Esto también sucede en nuestros días: los mártires ortodoxos, coptos, asesinados en Libia… Eso es ecumenismo de sangre. Por lo tanto: oración conjunta, trabajo conjunto y comprensión del ecumenismo de sangre” (cf. entrevista U. Jonsson).

Los días de Suecia, como hermanos

No entraremos en detalle sobre lo sucedido en Lund y Malmö, no porque no sea significativo, sino por el encare y límites de esta nota. En definitiva, el espíritu con que se vivió está bien presente en el inspirador Mensaje conjunto que firmaron Francisco y el Presidente de la FLM, obispo de Jordania y Tierra Santa y refugiado palestino, Munib Younan (ver en español en: https://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2016/10/31/0783/01757.html#spa). Es llamativa la diferencia de tono, y contenido, con la declaración común del Papa y el Patriarca Kiril de febrero pasado en Cuba. De todos modos, si es posible hacer una recomendación, sería muy provechoso leer los textos de ese día, así como ver las imágenes del evento ecuménico celebrado en el estadio Malmö Arena (por ej., en https://www.youtube.com/watch?v=uXRdqHUDiZM). Es una verdadera catequesis sobre la riqueza de la vida cristiana en las diversas regiones del mundo.

Para ir concluyendo dejamos hablar al mismo Francisco en su diálogo con Stefania Falasca unos 20 días después de su viaje a Suecia: “También con los luteranos se hizo un fuerte llamamiento a trabajar juntos por los que se encuentran en estado de necesidad. ¿Quiere decir que hay que dejar de lado las cuestiones teológicas y sacramentales y apuntar solo al compromiso común en los social y cultural?

No se trata de dejar nada de lado. Servir a los pobres quiere decir servir a Cristo, porque los pobres son la carne de Cristo. Y si servimos juntos a los pobres, quiere decir que los cristianos estamos tocando juntos las llagas de Cristo. Pienso en el trabajo que después del encuentro de Lund pueden hacer juntas Caritas y las organizaciones de caridad luteranas [que firmaron un acuerdo de cooperación]. No es una institución, es un camino. Ciertos modos de contraponer ‘las cuestiones de la doctrina’ y ‘las cuestiones de la caridad pastoral’, en cambio, no siguen el Evangelio y crean confusión […].

Cuando era obispo de Buenos Aires me alegraba mucho ver el esfuerzo que hacían tantos sacerdotes para que la gente recibiera el bautismo. El bautismo es el gesto con el cual el Señor nos elige, y si reconocemos que estamos unidos en el bautismo quiere decir que estamos unidos en lo que es fundamental. Esa es la fuente común que nos une a todos los cristianos y que alimenta cualquier nuevo paso que demos para recuperar la plena comunión entre nosotros. Para redescubrir nuestra unidad no tenemos que ‘ir más allá’ del bautismo. Tener el mismo bautismo quiere decir confesar juntos que el Verbo se hizo carne: eso es lo que nos salva. Todas las ideologías y las teorías nacen de los que no se detienen en esto, del que no permanece en la fe que reconoce a Cristo venido en la carne y quiere ‘ir más allá’. De allí nacen todas las posiciones que le quitan a la Iglesia la carne de Cristo, que ‘desencarnan’ a la Iglesia. Si miramos juntos nuestro bautismo común también somos liberados de
la tentación del pelagianismo, que quiere convencernos de que nos salvamos por nuestras propias fuerzas, con nuestros activismos. Y permanecer en el bautismo nos salva también de la gnosis. La gnosis desnaturaliza el cristianismo, reduciéndolo a un camino de conocimiento que puede prescindir del encuentro real con Cristo”.

Y cerramos con esta especie de evaluación del cardenal Kasper: “Pienso que en este encuentro más que las palabras, la cosa más importante ha sido la nueva atmósfera que se creó. El papa Francisco tiene un carisma especial para las relaciones humanas, y según mi experiencia, en todos los diálogos se avanza si se logra instaurar una atmósfera de amistad y confianza. Esto es lo que hizo el Papa, ha dicho que somos hermanos y hermanas, que podemos avanzar juntos. Además, querría decir que el diálogo no concierne solo a los expertos sino que cada cristiano está llamado a vivirlo, a trabajar, a rezar y cantar, a afrontar juntos los grandes desafíos del presente. Esto crea un impulso todavía más fuerte hacia la unidad. Caminemos juntos, cooperemos, demos testimonio en un mundo que necesita la misericordia de Dios”

(https://amerindiaenlared.org/biblioteca/9950/desde-proconcil-entrevistar-a-un-papa-y-padre)