Las cartas encíclicas para los cristianos son escritos de carácter personal. Es una carta que recibe cada cristiano directamente del vicario de Cristo. Es un instrumento que enriquece en forma personal el diálogo evangélico que comenzó Jesús anunciando la buena nueva. En particular la Populorum Progressio trata de iluminar el camino que la sociedad y todas las personas estaban llamadas a transitar, a comprometer y profundizar en el quehacer de la articulación de una nueva sociedad. La de post-guerra, que el Concilio Vaticano había esclarecido.
Supone una actualización del evangelio para vivir el amor del Padre. Y lo hace, en circunstancias de un tiempo y espacio, en donde el ser humano debe apartarse de los caminos transitados y diseñar y construir otros originales. Por eso, se requiere “proyectar sobre las cuestiones sociales la luz del evangelio”.
En la estela del Vaticano II
Las encíclicas nunca pueden tener unilateralidad, ya que es diálogo evangélico. Se dialoga con actores concretos, viviendo una realidad que camina hacia la construcción de nuevos espacios sociales. El espectro de este dialogo puede ser más o menos amplio y profundo según las circunstancias de los diferentes actores.
En las discusiones del Vaticano II, fue tomando forma el aporte más amplio y variado dado la composición de la Asamblea y el número de los asesores que fueron llamados. En cuyo seno se discutió la problemática que planteaba una sociedad internacional que salía de dos guerras mundiales, en donde emergían sociedades que habían superado el colonialismo. Y otras que recién entraban en la sociedad internacional.
Era bastante lógico que se cuestionaran comportamientos de personas, sociedades e instituciones nacionales e internacionales, que transitaban sinuosos caminos. Y que, requería de la Iglesia aportes importantes.
El Concilio con su amplitud, fue un espacio en donde el espíritu sopló con fuerza. En la sociedad civil se daban revisiones, discusiones y propuestas de los más diversos tenores sobre el desarrollo de las sociedades. Provenían de diferentes escuelas de pensamiento.
Los intelectuales católicos entraron en un proceso, no tanto de confrontación como de elaboración de campos teóricos surgidos del análisis de las realidades concretas. Los que eran rigurosamente vistos a la luz de la Buena Nueva. Se profundizó en la presentación de epistemologías científicas más comprensivas de la realidad. Por otro lado y al mismo tiempo se plantearon nuevas místicas que permitieran el diálogo religioso personal con el Padre.
Es imposible mencionar a todos quienes participaron de esta tarea. A título indicativo, de su amplitud es posible mencionar un manojillo de nombres: Jaques Maritain, como pensador de la acción política; el jesuita P. Teilhard de Chardin en su triple condición de científico, filósofo, y místico; el filósofo Emmanuel Mounier; el economista Jacques Perroux; el Padre Dominico Joseph Lebret; Mr. Martini, cardenal de muchas facetas; y l’Abbé Pierre que se acerca y marca una fuerte presencia de gestión solidaria entre los pobres, sin techo y con hambre.
Algunos de estos nombres, a los que habría que agregar otros, realizaron trabajos escritos para enriquecer la tarea de los padres conciliares.
Necesidad de una palabra tradicional y revolucionaria al mismo tiempo
El Padre Joseph Lebret mantuvo una muy buena relación con el Cardenal Montini. Cuando es elegido Papa, como Pablo VI, este le solicita que prepare un primer borrador de la Carta Encíclica. Con esta solicitud el Santo Padre se inclina claramente por algunos elementos que aparecen como esenciales. Busca un contenido científico moderno, un humanismo social, y un amplio espectro de opiniones sobre el desarrollo de las sociedades y pueblos.
Pero se inclina por algo más. Retoma puros valores que habían brillado durante el largo tiempo conciliar. La autenticidad manifestada en hechos evangélicos. La humildad de plantearse problemas gigantescos y complejidades que costaban imaginar. La necesidad de adentrarse en nuevos descubrimientos. De romper los cotos cerrados de la disciplina. La de cuestionar sus mismas bases. Etc.
Es decir, respetar la historia de la salvación que habíamos caminado, y dar una vuelta en el camino como si los conceptos, las ideas fueran un nuevo invento. Era la primera aplicación del Concilio, en una encíclica que debía ser tradicional y revolucionaria. Y las dos cosas con intensidad
Si es necesario, desarrollar dos ideas fuerza de la Encíclica no hay duda que estás serían el desarrollo integral y la solidaridad de las personas en la sociedad. Pero adicionalmente, hay que señalar un aspecto que ha venido para quedarse. Es necesario poner atención en los planteos epistemológicos. La visión científica cristiana realiza propuestas originales que tienen en cuenta al mismo tiempo que la lectura de las Escrituras; un desarrollo de ideas que son congruentes con la evolución de la historia de las ideas en la materia específicas.
Repasemos algunas de estas ideas.
Desarrollo integral y solidaridad
En primer lugar, sigue a Juan XXIII y afirma que “la cuestión social ha tomado una dimensión mundial. Esto plantea, un problema de ubicación a quienes deben trabajar en una reflexión más profunda. Afirmando categóricamente que hay un vacío de ideas en este campo exhorta a los científicos, técnicos, etc., a que se dediquen a la elaboración de esas ideas. Es necesario comprobar que los sucesivos Papas se han guiado en la preocupación de esta mundialización. La que aún nos debe seguir guiando como nos enseña Francisco.
Un segundo aspecto es el que tiene que ver con el concepto de humanismo. Concepto desde siempre ligado al cristianismo. Es que el concepto de desarrollo no puede ser entendido si no lo es en clave humana. De esta manera el crecimiento económico, y toda economía no puede ser entendida sino como humana.
Lo humano es entendido desde la perspectiva que planteó tan brillantemente Emmanuel Mounier. Recuperando las dimensiones que Jesús expresó en su vida pública, y nos trasmitió en la familiaridad divina. Lo humano en lo personal, social, ecológico y planetario.
Sin duda que una de las consecuencias supuestas en esta concepción del hombre y de lo humano es su faz creadora. Y sin duda, uno de los lugares que enfatiza Pablo VI es el mismo que hoy reclama Francisco. El cristiano está llamado a crear nuevos conocimientos sobre las diferentes actividades humanas y las disciplinas que la estudian. Nuevos conocimientos al servicio de las personas.
La expresión de la solidaridad se carga de un contenido nuevo a partir de la encíclica. Es un concepto aplicado a las relaciones humanas, pero es en la amplitud de la concepción de un desarrollo integral sostenido por una creación de pensamiento y acción que cubre toda la geografía humana.
Todo esto no está exento de los aportes místicos. Expresamente el papa menciona a Charles de Foucauld. Pero todas las personas mencionadas tienen esa cualidad en grado superlativo. Estos aspectos estaban presentes en el trabajo que aportara Lebret.