Dos desafíos ante el problema del cambio climático

El cambio climático se presenta como uno de los principales problemas que como humanidad debemos enfrentar en este siglo. Este problema, a mi entender, nos presenta dos desafíos clave que debemos atender. El primero, es el desafío de la acción coordinada a nivel  internacional, el cambio climático no puede resolverse de manera unilateral o solo por algunos pocos países, sino que requiere de que acordemos la gran mayoría de los países una estrategia común para reducir nuestras emisiones en consonancia con lo que la ciencia nos indica. El segundo desafío es la especial atención al tema de la pobreza y vulnerabilidad, en un contexto en el cual el cambio climático y sus impactos son una realidad inexorable.

La preocupación de unir a la familia humana

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“El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común. (…) Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos”.

 

Carta Encíclica Laudato Sí del Santo Padre Francisco sobre el Cuidado de la Casa Común

En el último año hemos observado un avance significativo en el ámbito multilateral en los temas de cambio climático. En septiembre de 2015 la Organización de las Naciones Unidas adoptó los Objetivos de Desarrollo Sostenible, incluyendo un objetivo específico relativo al cambio climático; posteriormente en diciembre se adoptó el Acuerdo de París en la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), Acuerdo que su firma, el 22 de abril de este año, fue un record en el derecho internacional al ser firmado por 177 Estados el primer día de apertura para la firma, y entró en vigor a menos de un año desde su adopción, siendo que su antecedente directo, el Protocolo de Kyoto tardó casi ocho años en estar vigente.

También en 2016 se adoptó la Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal, que incluye un calendario para eliminar el uso del HFC (una sustancia utilizada como alternativa a sustancias agotadoras de la capa de ozono, pero que tiene un efecto muy negativo en el cambio climático) y también se adoptó un programa para reducir y compensar las emisiones de CO2 del sector de la aviación civil en el marco de la Organización para la Aviación Civil Internacional.

Todos estos instrumentos internacionales y su adopción en tan breve tiempo conforman un contexto multilateral sin precedentes para atender el problema del cambio climático desde la perspectiva multilateral, y logran superar al menos una década de estancamiento en las negociaciones;  pareciera colocarnos finalmente a la comunidad internacional ante un rumbo claro de acción coordinada.  En las pasadas semanas, en la 22a Conferencia de las Partes de la CMNUCC se adoptó la Proclama de Marrakech en la que se afirma, en referencia a los avances en el ámbito multilateral en cambio climático de este año: “que este momento es irreversible y que está guiado no solo por los gobiernos, sino también por la ciencia, el sector privado y por todo tipo de acciones globales y a todo nivel”.

El Papa Francisco en Laudato Sí nos hablaba, el año pasado, de la urgencia y preocupación de “unir a toda la familia humana” ante el desafío de proteger la casa común; pareciera entonces que al menos en lo relativo al desarrollo de instrumentos de derecho internacional para atender el cambio climático, finalmente nos hemos puesto de acuerdo, a pesar incluso de algunas voces disidentes y seguramente de potenciales amenazas de corto plazo para desandar lo alcanzado. A pesar de algunos posibles nubarrones próximos, mi percepción es que pareciera que definitivamente hemos dado vuelta la página al estancamiento y estamos en el camino correcto.

Pero más allá de esto, para alcanzar el objetivo de mantener la temperatura muy por debajo de los 2oC y hacer los esfuerzos necesarios para mantenerla por debajo 1.5oC de aumento, es necesario ir a la acción concreta que nos permita alejarnos de formas obsoletas de producción y consumo basadas en combustibles fósiles, para llevar nuestras sociedades y economías a una realidad de baja en emisiones de carbono.

El Acuerdo de París establece el mecanismo de las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (conocidas como NDCs) que es un documento que los países parte del Acuerdo deben presentar cada cinco años incluyendo sus “contribuciones” cuantificadas en materia de mitigación, adaptación y provisión o necesidades de medios de implementación (ya sea financiamiento, transferencia de tecnología o fortalecimiento de capacidades). Estas NDCs deberán ser cada vez más ambiciosas en los sucesivos ciclos de cinco años y deben mostrar esfuerzos concretos para atender el desafío del cambio climático.

En 2015, los países fueron invitados a presentar sus NDCs tentativas para el ciclo 2020-2025 o 2020-2030, y si bien la gran mayoría presentó sus potenciales contribuciones y esto fue recibido con mucho beneplácito, el efecto agregado de estas contribuciones en relación a detener el aumento de temperatura fue insuficiente, superando los 3oC. Las emisiones globales en 2010 alcanzaron las casi 50 gigatoneladas anuales[1] de CO2 equivalente (en 1970 tan solo emitíamos 27 Gt), siendo que para ir hacia un escenario de emisiones consistente con el objetivo de los 2oC deberíamos llevar nuestras emisiones globales a menos de 45 gigatoneladas en 2030[2].

En este sentido, el Acuerdo de París menciona que “las Partes se proponen lograr que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero alcancen su punto máximo lo antes posible, teniendo presente que las Partes que son países en desarrollo tardarán más en lograrlo, y a partir de ese momento reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero, de conformidad con la mejor información científica disponible, para alcanzar un equilibrio entre las emisiones antropógenas por las fuentes y la absorción antropógena por los sumideros en la segunda mitad del siglo, sobre la base de la equidad y en el contexto del desarrollo sostenible y de los esfuerzos por erradicar la pobreza”. De esta manera está claro que todos los países debemos hacer esfuerzos importantes, pero reconociendo que los países desarrollados, principales responsables de las emisiones agregadas históricas y que a su vez poseen más recursos para su transformación tecnológica hacia la reducción de emisiones, deben encabezar dichos esfuerzos.

La buena noticia es que muchos de estos esfuerzos ya se están dando en varios de nuestros países, un ejemplo muy cercano a todos nosotros es la significativa ampliación del uso de energías renovables en la matriz eléctrica de Uruguay, alcanzando el año pasado un 93% de generación eléctrica mediante fuentes que generan cero emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente por la introducción en años recientes de fuentes renovables no tradicionales como la energía eólica, fotovoltaica y biomasa. Estos números son muy impactantes en el contexto global, en especial dado que las principales emisiones globales son justamente en la generación de electricidad. Estos avances concretos nos habilitan a pensar que efectivamente podemos revertir el proceso de deterioro del sistema climático, y a su vez estas acciones muestran alternativas concretas a otros países para ser más ambiciosos en los procesos de definición de las contribuciones nacionales al Acuerdo de París.

 

Los pobres y vulnerables ante el clima cambiante 

“El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la  humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales…”

Carta Encíclica Laudato Sí del Santo Padre Francisco sobre el Cuidado de la Casa Común

La otra cara de la acción para responder al desafío del cambio climático, más allá de la mitigación de emisiones de gases de efecto invernadero, es la reducción de la vulnerabilidad y la generación de capacidades de adaptación en nuestras comunidades, en especial aquellas con grupos humanos más vulnerables ante el clima y que suelen ser también los más pobres.

Si hiciéramos los mayores esfuerzos de mitigación a nivel global, en el contexto del Acuerdo de París, de cualquier manera estaríamos ante un cambio climático inexorable, que si bien sería moderado, generaría impactos dañinos en muchas comunidades por aumento de la intensidad y frecuencia de eventos climáticos extremos -incluidas la sequía e inundaciones-, por aumento del nivel del mar y derretimiento de glaciares, entre otras adversidades. Esta realidad climática emergente nos llama la atención a que en nuestras acciones para atender el cambio climático no solo debemos continuar y profundizar los esfuerzos multilaterales de mitigación, sino también fortalecer a los países en desarrollo en su cuidado hacia las comunidades más vulnerables.

El Acuerdo de París incluyó un capítulo sobre la adaptación que establece un “objetivo mundial relativo a la adaptación, que consiste en aumentar la capacidad de adaptación, fortalecer la resiliencia y reducir la vulnerabilidad al cambio climático con miras a contribuir al desarrollo sostenible y lograr una respuesta de adaptación adecuada en el contexto del objetivo referente a la temperatura”. Este objetivo mundial debería posibilitar una acción mayor de adaptación en todos los países, y a su vez una ampliación de la provisión de medios de implementación de los países desarrollados a los países en desarrollo para mejorar sus acciones de adaptación y atención a sus comunidades más vulnerables.

Una consideración particular de la adaptación es que dado que el cambio climático tiene características de incertidumbre en términos de la magnitud y alcance de sus impactos futuros, atender la adaptación se torna en un desafío particularmente complejo, no obstante, reconocer en el territorio a las comunidades más expuestas ante el clima actual, ya nos da una prioridad de acción clara para empezar a actuar en pos de suspender y revertir procesos de mayor exposición y mayor vulnerabilidad.

En nuestra región existen comunidades pobres en casi todas las ciudades, que al ser expulsadas o rechazadas por el mercado inmobiliario formal, se ven obligadas a habitar de manera informal la franja costera marina, los bordes fluviales o laderas sujetas a deslaves. Estas familias ya sufren hoy las consecuencias de la variabilidad del clima, poniendo en riesgo sus pocas pertenencias, su salud y bienestar, e incluso su vida. Estas comunidades deberían ser objeto prioritario de la acción de respuesta al cambio climático procurando atender sus necesidades de vivienda en sitios seguros de la ciudad con acceso a servicios y a sus redes de soporte social y accesibilidad a puestos de trabajo dignos.

Por otra parte en América Latina también existen comunidades rurales que realizan actividades de ganadería y agricultura, muchas veces incluso de subsistencia, que también presentan vulnerabilidades altas ante el cambio climático, en estas regiones se deberían fortalecer los procesos de adaptación contemplando las características particulares de estas poblaciones y sus prácticas agrícolas y ganaderas.

La adaptación al cambio climático presenta una serie de sinergias con la lucha contra la pobreza e indigencia y la búsqueda de equidad social.  El Papa Francisco nos recuerda en varias secciones de Laudato Sí que quienes generalmente sufren de los impactos en el ambiente son también los más pobres. Pretender resolver el problema del cambio climático ignorando la realidad social de la pobreza de nuestras comunidades resulta inútil y, por otra parte, considerar adecuadamente esas realidades y atenderlas en todas sus dimensiones permite una acción de adaptación efectiva que no solo reduce la vulnerabilidad ante el cambio climático, sino también que genera bienestar y mejora las condiciones de nuestros grupos sociales más desfavorecidos, promoviendo una mayor equidad en nuestras sociedades.

[1] Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático – Assessment Report 5

[2] Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente: Emission Gap Report

Ignacio Lorenzo es arquitecto y docente por la Universidad de la República. Trabaja en temas de cambio climático en el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente y lideró las negociaciones en materia de Adaptación y Pérdidas y Daños por el bloque de países en desarrollo durante la COP 21 en París.  Esta es una columna de opinión de carácter personal y su contenido en nada compromete a las instituciones para las que Ignacio trabaja o ha trabajado en el pasado.