Sería un engaño pensar que nuestra iglesia se ha transformado radicalmente en estos tiempos de pandemia, pero sí se encuentra inserta en un mundo con posibilidad de repensarse. La potencia del cambio y la transformación es de todos y no podemos dejarla pasar.
No hace mucho tiempo tuve una conversación con una persona que decía estar tomando conciencia de los privilegios que tiene por sobre otras personas que están sufriendo más la cuarentena.
En nuestro país, en los últimos 15 años se han reducido los números de la pobreza desde un 30% a un 8%, habiendo una leve estabilización de los números en los últimos dos años. Recordemos que el 1% de la población del país acumulaba el 35% de la riqueza. A nivel regional, los números de reducción de la pobreza son bastante similares a países como Chile, pero diferimos en cuanto a la desigualdad (CEPAL, 2019). Es decir, ha habido un trabajo en función a la distribución de la riqueza.
Entonces ¿qué ha pasado en estos dos últimos años?
Si bien es cierto que la reducción de la pobreza multidimensional ha sido enorme, y la desigualdad también se ha visto reducida un poco, la conciencia de clase y de privilegio no han sufrido tantos cambios. Para decir esto me baso en la investigación que he realizado durante tres años acerca del discurso de la pobreza en Uruguay y en Chile (Iglesias Mills, 2018), pero podemos decir que la pandemia del coronavirus nos ayuda a darnos cuenta de eso.
Dentro de este movimiento general interno que sufrimos todos hay algunos que lo sufren más, y eso queda evidentemente expuesto. Hay personas, como la del relato anterior, que ya no pueden hacer la vista gorda y eso es fantástico. Si alguna vez quisimos trabajar en función a la reducción de la desigualdad y al encuentro real de la sociedad en todos sus extremos, este es el momento. Las lógicas del encuentro son más fuertes que nunca para vivir realmente desde la alteridad inevitable, donde el rostro del otro nos transforma.
Pero ¿qué es la alteridad? Es la posibilidad de que el otro sea otro por completo, sin necesidad de justificarse por su existencia (Levinas, 2002). Es que nuestros vínculos y relaciones, cualquieras sean ellas, no se basen en lo que yo necesito que el otro sea para mí, sino en una kénosis (abajamiento) (Rubilar, 2013) real que no satisfaga mis propios deseos egoístas de sentirme bien (Levinas, 2002). A esto le llamamos afecto neoliberal. Un ejemplo de esto, se da claramente en los voluntariados o espacios de trabajo con poblaciones vulnerables. Las relaciones con la pobreza que no se trabajen desde el encuentro y la alteridad son las que expresan que “estoy aquí porque me hace bien a mí”. Y no es que neguemos el potencial movilizador de este razonamiento, pero si nos quedamos en eso siempre pondremos al otro en el lugar de pobre, que es el que satisface los deseos egoístas de satisfacción personal.
En el ámbito eclesial esta confusión se puede dar desde un mesianismo mal entendido, no como una Iglesia híbrida, en concordancia armónica con todas las poblaciones diversas, y entorno natural de nuestro continente (Achondo Moya, 2020), sino desde un lugar de poner al otro separado de mí mismo, rostrificándolo (Vidal, 2009) en un lugar de pobre necesitado de aquello que yo le doy, y yo necesitado de algo que me haga sentir menos culpable. Vemos al pobre desde un razonamiento de clase, y no desde la lógica del encuentro y quizá romántica que nos poetiza Pedro Casáldiga (Casáldiga & Cortés, 2005), sino de estatus. Son deseos de satisfacciones personales. Si seguimos la lógica de Lévinas (2002), el deseo de la real alteridad y del encuentro no se puede satisfacer:
“El deseo no aspira al retorno. Deseo que no se podría satisfacer. (…) Los deseos que se pueden satisfacer sólo se parecen al deseo en las decepciones de la satisfacción o en la exasperación de la no-satisfacción del deseo, El deseo tiene otra intención: desea el más allá de todo lo que puede simplemente colmado. Es como la bondad: lo Deseado no lo calma, lo profundiza”. (Levinas, 2002)
En un contexto como el chileno, por ejemplo, donde los coletazos de la dictadura aún siguen afectando las formas de vida y pensamiento de un grupo de la sociedad, es muy fácil encontrarse con posturas eclesiales extremistas, donde el rol de la mujer está siempre ligado al del hombre, y donde la figura del pobre se encuentra fuera de la responsabilidad de quienes asisten a misa. Esta lógica de mercado es una lógica de clase que se ha esparcido en parroquias y capillas de clase alta, donde todo parece más un desfile de moda que un encuentro en plenitud y en comunidad. No podemos negar que, poco a poco, esta trascendencia para con el otro desde el mercado también ha calado en nuestro país. Los únicos puntos de encuentro eclesiales de los extremos sociales de nuestra sociedad son a través de misiones o apostolados, que muchas veces no logran con eficacia salirse de la lógica del consumo del otro, y no del encuentro.
Hay excepciones, claramente, y creo que vale la pena nombrarlas. Experiencias de vida como las de ADSIS en Paso Carrasco, que promueven el estilo de vida comunitario y cooperativo; también la casa de La Huella, con una dinámica similar; y el constante trabajo de algunas misiones puntuales por re-pensarse de otra manera, no solamente desde la evangelización consciente, sino desde el encuentro natural y no abusivo, como puede ser la Misión San Francisco Javier, entre otras.
Por esto mismo deseamos que esta pandemia nos remueva todas nuestras fuentes principales de sentido (Holzapfel, 2005) en el vínculo con el otro. La misma pone en juego nuestras fuentes referenciales y pragmáticas del sentido de nuestra existencia. Es decir: el amor, el poder, el trabajo, el juego, el saber, la creatividad y la muerte, todas están en el punto de transformación en la persona misma, porque no nos podemos ver a nosotros mismos de la misma manera y tampoco como colectivo de seres humanos. Y para esto también entran en juego el arte, la ciencia, la economía, el derecho, la política, la moral, la filosofía, y por supuesto la religión. Que seamos los mismos después de pasada la pandemia no sería solo una mentira, sino que sería la evasión de la búsqueda propia por el sentido de la existencia. La persona que empieza a darse cuenta de sus privilegios, es porque ha puesto en juego el sentido desde por lo menos una de las categorías de las fuentes del sentido nombradas anteriormente. Pero, a veces, la profundización en la culpa por nuestros propios privilegios nos nubla la vista a la verdadera cuestión de la transformación en la pandemia: por qué y cómo estamos en este mundo.
Pero es cierto que todas estas fuentes de sentido se ven atravesadas por un sentido cultural del que no podemos escapar. Aquí, en el occidente, también ha quedado evidenciado que el mercado tiene privilegios, y la sociedad está organizada en función de él (Calvento, 2006). El centro de nuestra organización social viene siendo el mercado hace tiempo, y aunque estemos en un país que ha hecho sus esfuerzos para que esto no sea así, no escapamos a la gran expansión capitalista liberal de los últimos años. Para algunas personas quizá esta pandemia haya significado darse la cabeza contra la pared por primera vez, pero para otros la pared todavía no ha llegado, y esto es porque nuestra fuente de sentido radicada en el mercado, y no en el amor, por ejemplo, no ha sido removida por nada. No hemos podido generar un real encuentro. La alteridad, en este sentido, sigue siendo inevitable, pero nos lleva al alejamiento y a la separación de los extremos de la sociedad, porque el otro, y sobre todo aquel en situación de pobreza, se transforma en un elemento de consumo (Vidal, 2009).
El desafío de la Iglesia en esta pandemia, entonces, es reevaluarse a sí misma desde parámetros de alteridad, que nos alejen de la concepción del otro como un elemento de consumo, y que nos permita vernos desde la lógica de la Iglesia híbrida (Achondo Moya, 2020). No es menor que nos haya impactado el poder que tiene nuestra sola presencia en las calles, en función a otro que puede estar en el otro extremo de la sociedad. Aun sabiendo que existen trabajos concretos con poblaciones crítico vulnerables, es el momento para cuestionarnos como creyentes nuestra propia separación de los extremos y fronteras, desde nuestros privilegios, nuestros discursos y nuestra propia concepción de la existencia.
Por otro lado, la enorme atención al coronavirus también radica en cómo ha afectado al hombre blanco heterosexual occidental. Solo recordemos las pandemias del dengue, cólera o el ébola que siguen afectando a los países más pobres del continente y del mundo. No hace mucho estuve viviendo en Haití y me tocó ver un hospital en el norte del país lleno de infectados del cólera, en un lugar sin médicos o medicinas. Nunca pude dejar de pensar en eso, y qué irónico que hoy puedo contarlo aquí como un hombre blanco heterosexual occidental. ¿Acaso sería distinto si no lo fuera? ¿Las lógicas de producción de sentido funcionarían diferente?
Por último, debemos pensar que el período de recuperación de esta crisis será tan importante como los procesos actuales. Habrá un período de recuperación de la sociedad que no debemos tomar a la ligera. Cuando termine el encierro y la pandemia, será difícil entender cómo seguir, o al menos, eso esperamos, en función de todo lo dicho. No pueden quedar intactas las lógicas del consumo, las ideas de frontera, de clase social o de organización social. Invitamos a que nos volvamos a pensar, a que esto nos afecte todas nuestras fuentes de sentido, y podamos trabajar siempre desde la alteridad y del encuentro.
Referencias
Achondo Moya, P. P. (2020). Una Iglesia híbrida. Aproximaciones a las comunidades de Jesús. Santiago de Chile: San Pablo.
Calvento, M. (2006). Fundamentos teóricos del neoliberalismo: su vinculación con las temáticas sociales y sus efectos en América Latina. Convergencia. Revista de Ciencias Sociales. Universidad Autónoma del Estado de México., 41-59.
Casáldiga, P., & Cortés, J. L. (2005). Con Jesús, el de Nazaret. Madrid: PPC.
CEPAL. (2019). Panorama Social de América Latina 2019. Santiago de Chile: CEPAL.
Holzapfel, C. (2005). A la búsqueda del sentido. Santiago de Chile: Sudamericana.
Iglesias Mills, N. (2018). Pobreza y alteridad en la Primera Infancia: Uruguay y Chile. Tesis de magíster. Valdivia: Universidad Austral de Chile.
Levinas, E. (2002). Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad. Salamanca: Sígueme.
Rubilar, G. (2013). Imágenes de Alteridad. Reflexiones y aportes para el trabajo social en contextos de pobreza y exclusión. Santiago de Chile: Ediciones UC.
Vidal, F. (2009). Pan y Rosas. Fundamentos de exclusión y empoderamiento. . Madrid: Fundación FOESSA.