La pandemia de las fake news

Autor: Natalia Aruguete

El contrato social que firmamos al ingresar en el escenario virtual cedió nuestros derechos de privacidad a cambio de una red áspera y en conflicto, una política de trincheras y un malestar sobrante del que no podemos despegarnos. Al ingresar en este páramo de distopías cognitivas, operaciones políticas y distorsiones comunicacionales, abandonamos la promesa de una comunicación irrestricta, horizontal y democrática. Derribamos, además, la ilusión de un diálogo transparente y libre de manipulación, para habitar un mundo #hobessiano donde cada troll es enemigo de otro troll. En definitiva, no podemos dejar de odiar las redes pero tampoco estamos dispuestos a abandonarlas.

En la Argentina, las redes sociales jugaron un rol central en el caso Nisman, en enero de 2015, y en la elección de Mauricio Macri, a fines de ese mismo año. Pero ese mundo era menos diverso, menos complejo y no tenía la estructura que vemos hoy. En los Estados Unidos, cuando Donald Trump fue elegido presidente, las redes sociales no eran aún el intermediario privilegiado entre su liderazgo populista de derecha y los votantes norteamericanos.

En la actualidad, las encuestas muestran que las redes sociales son la primera vía de acceso a noticias y la forma más habitual de consumir información política de manera incidental. Nuestros muros reportan de manera indistinta los comentarios de amigos y los titulares del día, mezclan eclécticamente medios tradicionales, notas de bloggers y comentarios de usuarios. El Daily Me que Nicholas Negroponte anticipó hace veinticinco años no es una página web con noticias ascéticamente compiladas a la medida del usuario, sino un espacio de comunión con pares interconectados. Un espacio de permanente exposición pública, gratificación narcisista y conflicto.

Desde sus inicios, las redes fueron un espacio de encuentro y socialización, aunque también una arena de intervención política. A medida que los usuarios colgaban contenidos para dar cuenta de sus preferencias políticas, distintas generaciones de apps los habilitaban para apoyar o disputar las preferencias de sus pares interconectados. Los políticos, que hoy operan a muy bajo costo para modelar y satisfacer las demandas informativas de sus votantes, reconocieron enseguida las virtudes de un sistema que personalizaba su relación con esos votantes.

Desde la comunicación política, las redes sociales son una gran mezcladora de encuadres mediáticos. La coherencia noticiosa de esos encuadres no es delegada por una línea editorial o una autoridad política; depende de la decisión de los usuarios de compartir o ignorar contenidos. Si conectamos con mayor probabilidad con aquellos usuarios con quienes tenemos afinidad ideológica y social, los encuadres mediáticos adquieren estructura comunicacional. De allí el interés de nuestras investigaciones en comprender este enorme sistema de divulgación de preferencias políticas que son las redes sociales, para explicar la conformación colectiva de encuadres noticiosos. En esos estudios, a lo largo de los últimos cinco años nos enfocamos en los mecanismos formales e informales de la polarización política, las estrategias comunicacionales de quienes compiten por poder político y los elementos cognitivos que explican el de­seo de los usuarios de propagar sus creencias. Elucidamos cómo se construye un evento comunicacional en las redes sociales e indagamos los mecanismos que explican el surgimiento y la propagación de mensajes. Analizamos la formación de encuadres mediáticos a través de los cuales interpretamos contenidos como un problema de psicología política, dado que cada uno de nosotros procesa información que le resulta cognitivamente congruente (“nos suena”) o disonante (“no nos suena”).

Para la conformación de encuadres mediáticos en redes sociales, es clave entender que la información fluye con mayor facilidad en redes densamente conectadas y con mayor cantidad de usuarios congruentes en su ideología, y, por el contrario, se apaga y muere en redes poco conectadas y con usuarios disonantes. A medida que nos alejamos de nuestros contactos virtuales quedamos expuestos a encuadres comunicacionales cada vez más disimiles, que no necesariamente cambian nuestras creencias, aunque sí alteran aquellos eventos a los que daremos importancia y definiremos como relevantes. Esa es la razón por la que las redes pueden incrementar la polarización y afectar nuestras decisiones políticas aun cuando no cambien nuestras preferencias políticas.

Odiamos las redes porque confrontamos con @fulano y disentimos con @zutano. Las odiamos todavía más cuando comprendemos que existe coordinación en la intención comunicativa de @fulano y @zutano. Odiamos las redes porque nos atacan en manada incluso cuando en manada también estamos dispuestos a defendernos. En las redes, asistimos a formas organizadas de la violencia, pero también a lógicas de organización colectiva que forjan una comunicación horizontal y democrática. Demostramos que los mismos mecanismos que favorecen la propagación de conflicto y polarización pueden facilitar dinámicas de activismo social y de comunión política.

¿Cómo entender hoy las redes sociales?

Para entender las redes sociales hoy es necesario navegar por distintas disciplinas en forma simultánea: observar la creación de encuadres mediáticos desde la comunicación política, describir la identificación y difusión de preferencias sociales desde la ciencia política y explorar la topología de las redes sociales que propaga información desde la estadística. Es ineludible integrar estas tres disciplinas si buscamos comprender cómo se construyen estructuras comunicacionales que distribuyen mensajes políticos en la era de los grandes datos. Es necesario, además, conocer los esfuerzos colectivos de quienes tratan de domeñar las redes y las operaciones políticas de aquellos que buscan vaciarlas de contenido, para poder explicar cómo se forman las burbujas de filtro y por qué razones aumenta –o no– la polarización.

En el centro de este universo virtual se encuentra el usuario, quien –parafraseando a Marx– hace su propia red aunque no a su propio arbitrio. Sus prejuicios y creencias previas, el “mundo-de-la-vida” del que se rodea, su clase social y su ideología hermanan a cada usuario con sus pares y le dan una posición en la red, una jerarquía en la distribución de narrativas, una responsabilidad mediática e, incluso, un comportamiento esperado. De la interacción entre usuarios surgen estructuras, conflictos y política en sus formas más organizadas. Cada usuario, al construir un mundo virtual con objetivos compartidos, asume una posición en la topología de las redes e imprime una huella digital en cada una de sus actividades. Esos usuarios ganan estructura y potencia para expresarse de manera colectiva al coordinar sus preferencias, tanto si están motivados por creencias profundas como si son activados por operaciones mundanas.

Para explicar la propagación de contenidos en las redes sociales, consideramos tres conceptos que resultan clave: atención selectiva, activación en cascada y elementos de encuadre. La atención selectiva es el proceso mediante el cual prestamos atención a usuarios y contenidos que son consistentes con nuestra cosmovisión. Este proceso de atención selectiva es constitutivo de las burbujas de filtro que observamos en las redes sociales. La atención selectiva es clave para entender cuáles son los usuarios a los que seguimos y los contenidos que aceptamos. En efecto, la interpretación de eventos del mundo que validan nuestras creencias requiere que estemos preactivados para incorporar de manera selectiva información con la que acordamos y descartar evidencia que no se ajusta a nuestros prejuicios. En la medida en que seleccionamos a los usuarios que de­seamos seguir y visitamos cuentas con cuyos contenidos estamos de acuerdo y nos interesan, la información que recibimos se vuelve localmente homogénea.

La activación en cascada es el proceso mediante el cual habilitamos contenidos con los que acordamos en los muros de nuestros contactos. Cabe aclarar, en este sentido, que en Twitter y en Facebook, existen distintas reglas de usabilidad que definen si un contenido es activado en los muros de los amigos y seguidores. En Twitter, el acto de “retuitear” es acompañado de la publicación del tuit en los muros de los contactos. Más recientemente, un cambio de política en Twitter también habilita la publicación de tuits que son “fav” en el muro de nuestros pares. Mientras que en el muro de Twitter no existe una “curaduría” en el acto de retuitear (aquello que retuiteamos pueden ser observado por todos nuestros seguidores), vemos tan solo una fracción de aquello que quienes seguimos marcan como “like”. En Facebook, distintos algoritmos se combinan con filtros que ponen los usuarios para definir qué contenidos se publican en nuestros muros. La atención selectiva y la activación en cascada de contenidos explican que sean habilitados y circulen discursos que son localmente consistentes con los usuarios de distintas burbujas en redes sociales.

El hecho de publicar o compartir mensajes en las redes sociales, por ejemplo, transmite esos contenidos a los muros de nuestros amigos y seguidores. Al activar determinadas publicaciones en los muros de nuestros amigos, modificamos la frecuencia y la velocidad con la que esos contenidos circulan. Por lo tanto, la activación de contenidos por parte de los usuarios propaga elementos de encuadre que son localmente distintos.

Por último, entendemos por elementos de encuadre la combinación de contenidos habilitados en nuestro muro, que realzan aspectos de un evento mediático. Esos elementos de encuadre convergen en los muros de los usuarios y causan una interpretación, evaluación y/o solución, que apoyan su alineamiento con algunos usuarios y justifican su oposición con otros, al cementar distintas comunidades que compiten por la atención de los usuarios en una red social.

Vistos en conjunto, la atención selectiva filtra el tipo de información que recibimos, la activación en cascada comunica contenidos con los que acordamos y los elementos de encuadre conjugan una interpretación del evento mediático que apoya o dispu­ta la intención comunicativa de cada grupo.

Polaridades en redes sociales

La política de fake news debe ser entendida no solo como un acto de transmisión de información sino, además, como un acto performativo: un acto expresivo que busca infligir un daño a un oponente. Mientras que el ideólogo partidario puede tener dificultades para interpretar un evento, el troll, más que defender su interpretación de los acontecimientos, intenta dañar. El primero protege su placer cognitivo, el segundo recibe una recompensa política –o económica– por agraviar a otro.

La distribución de mensajes en redes sociales también nos conecta de manera afectiva. El acto de diseminar información en ese espacio digital expresa nuestros intereses políticos y nuestros afectos. Compartimos publicaciones porque queremos acompañar y ser acompañados. Es decir, la participación política en redes es un acto de comunión con otros.

Ello se entiende más claramente al asumir que los mensajes que circulan por las redes sociales están plagados de vacíos informativos que son llenados por los usuarios de una red. Si la cuenta @fulanoLiberal dice: “Esto así no funciona”, nuestra interpretación de este mensaje será por completo distinta a la que tendríamos si leemos que @zutanoSocialista dice: “Esto así no funciona”. Asimismo, el mensaje emitido por un usuario al que respetamos tiene mayor probabilidad de ser retuiteado que ese mismo mensaje cuando es formulado por un usuario al que no respetamos. En las redes sociales, la autoridad que emite un mensaje es crucial para interpretar contenidos tanto como para explicar su propagación.

Distinguir entre la propagación de un contenido con el que tenemos afinidad ideológica y la activación del mensaje de un usuario al que valoramos por su reputación, es clave para entender por qué se propagan contenidos, tanto los falsos cuanto los que son verificados, en las redes sociales. Los vacíos que existen entre las palabras de un tuit, en definitiva, son rellenados por sesgos positivos o negativos que completan las frases.

Los elementos de encuadre que circulan en las redes sociales incrementan las percepciones de polarización entre los votantes, aun cuando no haya necesariamente un cambio en las posiciones políticas que son reportadas. Podemos hoy pensar lo mismo que pensábamos ayer y, sin embargo, cambiar nuestra evaluación de la distancia relativa que existe entre dos políticos. La polarización no es un simple incremento en la distancia entre las políticas públicas que proponen los partidos. Es, además, un cambio en las distancias simbólicas que observamos, en los encuadres que son preactivados mediante distintas estrategias comunicacionales. El objetivo de este escrito ha sido, en definitiva, mostrar cómo el volver “legibles” las redes al mapear las posiciones relativas de los usuarios, nos permite administrar los efectos políticos que tienen distintos eventos comunicacionales.

Libro: “Fake news, trolls y otros encantos. Cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales”. (Editorial Siglo XXI, 2020)

Autores: Ernesto Calvo y Natalia Aruguete

El libro “Fake news, trolls y otros encantos” explora y describe en profundidad cómo funcionan las redes sociales. Mediante el cruce entre ciencia política comunicación y las más avanzadas metodologías de análisis de redes explica cómo se propagan contenidos y por qué fluye (o no) la información, cómo se generan espacios virtuales polarizados, cómo se crean y se pueden desarmar las burbujas de filtro que habitamos, en qué medida un posteó de Facebook o Twitter logra hacernos cambiar nuestras preferencias y por qué retuitear un mensaje puede convertirnos en trolls sin saberlo, por acción u omisión.

A través del análisis de casos de intercambios y estrategias en redes sociales y, basados en experimentos de laboratorio, los autores tornan transparente una lógica que de tan ubicua se nos ha vuelto invisible; esa que nos hace vivir juntos y polarizados. Este trabajo ofrece también un hallazgo empírico nada menor: los mismos mecanismos que favorecen la propagación de conflicto y polarización en las redes pueden facilitar dinámicas de organización colectiva, activismo social y comunión política, al iniciar una tradición de estudios aún incipiente en lengua española. Se trata, sin dudas, de un libro de interés para lectores de distintos ámbitos de las ciencias políticas aunque está destinado a convertirse, además, en una suerte de manual de alfabetización digital para los ciudadanos del siglo XXI, al menos para los que nos preguntamos por qué no podemos dejar de odiar las redes aunque tampoco estamos dispuestos a abandonarlas.

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La autora, Natalia Aruguete, es investigadora del Conicet y profesora de la Universidad Nacional de Quilmes.

Este artículo es un fragmento de su libro “Fake news, trolls y otros encantos. Cómo funcionan para bien y para mal las redes sociales”, escrito con el colega Ernesto Calvo (Siglo XXI, 2020).



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